EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
Cuando hablamos de vida cristiana, siempre nos imaginamos bienestar, como vivir en un “lecho de rosas”, siempre queremos que todo esté bien; y en un mundo donde se nos vende tanto la cultura de la prosperidad, donde pareciera que casi por derecho todo debería salir exactamente como queremos y planeamos, se vuelve prácticamente impensable el sufrimiento.
Es por esto por lo que, muchas veces incluso para aquellas personas que viven una vida en coherencia con los valores cristianos, el sufrimiento no tiene cabida, ya que queremos estar de cierta forma excluidos de esto, empezamos a sentir como si compráramos una vida libre de dificultades, sin saber que precisamente el sufrimiento hace parte de la vida humana, de nuestro paso por la tierra y que es algo de lo que no podemos escapar por nuestra misma naturaleza y fragilidad.
Todos vivimos situaciones difíciles, todos pasamos de una u otra forma por momentos en los que sentimos que no podemos más o que algunas circunstancias de la vida nos superan, y muchas veces tendemos incluso a juzgar como fáciles o más simples las situaciones que otros viven comparadas con las nuestras; incluso cuando alguien nos habla de lo que pasa en su vida no le damos la suficiente importancia por creer que es algo fácil de superar o algo que a nuestros ojos no es realmente tan complicado.
Pero, para entender realmente el sufrimiento, es necesario saber que, las cosas que nos causan sufrimiento de alguna forma, podrían no causar un sufrimiento a los demás; nos adentramos entonces también en entender las diferencias entre cada ser humano, no sólo desde un sentido físico, sino también cultural y social.
Si pensáramos por ejemplo en el hambre, la sola sensación de hambre no es en sí un sufrimiento para una persona que sabe que en pocos minutos se sentará en una mesa a comer; mientras que por otro lado, para una persona que siente hambre y sabe que no tiene que comer, esta sensación sí implicaría en sí misma un sufrimiento.
Y es que no es solamente una especie de instinto que nos lleve a querer evitar el sufrimiento, sino que muchas veces no estamos ni siquiera dispuestos a sufrir, lo que nos lleva necesariamente a buscar una perfección que en muchos modos es inexistente e innecesaria y que no nos hace más felices, sino que por el contrario disminuye nuestra tolerancia a la frustración, incapacitándonos de cierta forma para afrontar situaciones en las que no obtenemos una satisfacción inmediata, con lo necesariamente podríamos llegar a la conclusión de que, tratar de evitar el sufrimiento no nos lleva a no sufrir, sino más bien a sufrir más.
Podríamos decir entonces, que lo que más importa a la hora de enfrentar el sufrimiento, es la actitud que tomemos frente a este, es decir, encontrarle o darle un sentido. Entender que existen cosas inalterables en nuestra vida y que precisamente hacen parte de nosotros y nos llevan a conocernos más y entendernos mejor. Cada cosa que hemos vivido, nos lleva a ser lo que somos, y es por tanto muy valiosa.
El sufrimiento deja de ser sufrimiento cuando encontramos un sentido en lo que sea que estemos viviendo, como por ejemplo darle un sentido de sacrificio. Esto se hace evidente desde uno de los postulados básicos de la logoterapia, el cual nos dice que el interés principal del hombre no es el placer, ni evitar el dolor, sino que su interés principal es encontrarle sentido a la vida, por lo que, partiendo de este mismo postulado podríamos deducir, que estamos dispuestos incluso a sufrir, si esto tiene un sentido para nosotros.
Respecto al sentido del sufrimiento Víctor Frankl padre de la logoterapia, quien en su condición de judío estuvo preso en varios campos de concentración, nos propone una imagen diferente; con su postulado del hombre doliente u homo patiens, nos habla del hombre que se atreve a sufrir, que convierte el sufrimiento en acción trascendente, en aquel hombre que es capaz de salir de sí mismo y por tanto capaz de ver a los demás y así vivir los valores humanos más allá de lo meramente material.
Viviendo bajo el postulado del homo patiens, entendemos y somos plenamente conscientes del sentido de la vida humana y de nuestra propia dignidad y por tanto somos capaces de ser plenamente felices. Como diría el mismo Frankl en uno de sus escritos: “En realidad, ni el sufrimiento, ni la culpa, ni la muerte -toda esta triada trágica- puede privar a la vida de su auténtico sentido”. Y es que precisamente el sufrimiento nos hace más fuertes, en muchos sentidos más equilibrados y nos acerca a los demás, en la medida que nos hace más comprensivos al dolor ajeno.
Si recordáramos los momentos de mayor crecimiento personal en nuestra vida, sorpresivamente nos encontraríamos con que han venido acompañados de momentos de sufrimiento o dolor, lo que implica que el sufrimiento no es necesariamente malo, no podemos vivir una vida libre de dificultades, sino que, debemos enfrentar cada día con las situaciones que venga, independiente de que tan complicadas nos parezcan.
“El hombre actual, en su mayoría, ha prescindido de Dios… y por ello ha perdido una aptitud maravillosa de convertir el sufrimiento en fuente de paz y progreso interior”.
Gregorio Marañón