4. LUCAS 10, 25-37 EL BUEN SAMARITANO
- v. 25, un jurista, quisquilloso en cuestión de definir bien los parámetros de su propia seguridad religiosa, para tentar a Jesús, le pregunta, ¿Cómo asegurarme la herencia de la vida eterna?
La misma pregunta hace el rico: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Después de guardar los mandamientos, no cometer adulterio, no matar, no robar, todavía le falta, repartir sus bienes a los pobres y seguir a Jesús (18,18-22). Ahora, en el capítulo 10, un abogado le pregunta: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
- vv. 26-27, El mismo abogado responde en términos de los mandamientos: amar a Dios y al prójimo.
- v. 29, el abogado, para justificarse: ¿Quién es mi prójimo? El primer mandamiento, amar a Dios, no le causa problema. Pero quiere asegurarse de la segunda parte, amar al prójimo. El que, en un primer momento, quería tentar a Jesús, ahora se encuentra en un diálogo más allá de lo que esperaba. Jesús responde con una parábola.
- v. 30, un hombre bajaba… de Jerusalén a Jericó: Jerusalén, donde está fijada de nuestra esperanza y la razón de nuestra existencia; Jericó, el centro comercial. El bajarse es un recorrido teologal.
- Algunos asaltantes lo golpean y lo dejan medio muerto.
- v. 31, bajaba un sacerdote, que se mantiene en estado de pureza ritual, para celebrar la liturgia. No puede arriesgarse al ponerse en contacto con un muerto o un intocable. Pero, ¿por qué bajaba? La ironía es evidente, bajaba del centro litúrgico, pero cuidadoso de no tocar un muerto.
- v. 32, un levita también bajaba.
- v. 33, un samaritano iba de camino ¿bajando o subiendo?, respondió con un corazón humano: tuvo compasión (esplangnídzomai: se compadeció).
- Fíjense en los verbos para cada actor: 3 verbos para (hombre), para los asaltantes (lo desnudaron, lo hirieron, lo dejaron muerto), para el sacerdote (bajaba, vio, pasó de largo), para el levita; luego, las atenciones del samaritano son narradas con 14 verbos
- v. 36, Pregunta de Jesús: ¿Quién se mostró como prójimo del asaltado?. El prójimo es alguien capaz de una respuesta humana, entrañable; es aquel que muestra misericordia (éleos).
Un doctor de la ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús, con una parábola, responde, “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Este detalle, la bajada de Jerusalén a Jericó, llama la atención. Nos extraña, no por el hecho de la ubicación de estos dos pueblos en Palestina, pues de hecho Jerusalén está situada a 870 metros sobre el mar y Jericó, a una distancia de unas 30 km., que queda a 425 metros bajo el nivel del mar, es decir, una bajada de casi 1300 metros en el transcurso de 30 km. Existe todavía una carretera desde Jericó que sube a Jerusalén; el mismo Jesús con sus discípulos caminaba esta carretera que atraviesa el desierto de Judá, que subía tan abrupto de Jericó, el centro de comercio y diversión, lugar de balnearios, bancos y los palacios de la familia de Herodes y las fincas de la alcurnia de la capital. Jerusalén, la capital religiosa de Palestina en los tiempos de Jesús. Jericó, el centro comercial y lugar del carnaval, la pachanga, juegos de apuestas, la corrupción y hasta el asesinato.
Un hombre decidió alejarse de la ciudad santa, bajar de Jerusalén.
En simbolismo bíblico y teológico, Jerusalén es la ciudad santa. Significa el pueblo electo. Es símbolo del pueblo de Israel de la Antigua alianza y del nuevo pueblo de Israel que es la Iglesia. Jerusalén, la esposa del Señor, es el objeto de los mejores deseos y afanes; Jerusalén, adornada por el templo santo, la residencia de Dios, la presencia del Espíritu de Dios, es la meta del peregrinaje, el lugar hacia donde Jesús y su familia llegaba para celebrar las grandes fiestas religiosas anuales. En Jerusalén, celebrando su última Pascua, donde Jesús murió y resucitó; de Jerusalén Él ascendió al cielo, digamos ascendió a la Jerusalén celeste; es la ciudad donde el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia en Pentecostés. Desde el teólogo san Juan, se considera Jerusalén como la cuna de la existencia cristiana. Ser ciudadano en Jerusalén es la ambición de todo corazón cristiano. En el fin del tiempo, sólo existe Jerusalén la santa, residencia de todos los santos.
Entonces, el hecho de una bajada de Jerusalén, la santa residencia de Dios, a Jericó, el centro de comercio y templo vicioso, me parece sorprendente. Jesús narra: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos asaltantes, que lo desnudaron, lo molieron a palos, y se marcharon, dejándolo medio muerto.”
¿Por cuál motivo, una vez alcanzada Jerusalén, la meta de esperanzas humanas? ¿Por qué dejar la ciudad santa y bajar, volver a Jericó, que significa lo opuesto a Dios, nuestras actividades, preocupaciones y deseos mundanos?
Nos alejamos de Jerusalén por falta de comprensión; por tristeza, por la atracción que el mundo nos ofrece; por la nostalgia, por un Jericó que deslumbra con sus luces artificiales; por la seducción y la atracción de lo transitorio. Nos alejamos de Jerusalén por descuido de los buenos modales, por la “pereza”, la flojera; por el recuerdo o el gusto del pecado. Por simple curiosidad. ¿Cómo serían unas vacaciones en Jericó? Porque de vez en cuando nos cansamos de una buena cosa, nos hartamos incluso de lo más sano, si no se equilibra bien en la propia vida, las opciones y los modales. Por el escándalo que encontramos en la comunidad de Jerusalén, por la contradicción aparente dentro de la misma ciudad, por la hipocresía de sus gentes.
Se dice, ahora en los programas de formación en nuestras comunidades, seminarios o congregaciones, que un reto consiste en la falta de una relación trascendental, la pérdida de una razón sobrenatural en los formandos.
Una vez alejado, una vez bajando la carretera entre Jerusalén y Jericó, ¿qué esperamos? Mucho tráfico recorriendo este camino, en ambas direcciones, rumbo a Jerusalén o rumbo a Jericó. En el camino uno encuentra comerciantes, traficantes de muchas cosas, asaltantes, que atacan y dejan a su víctima por muerto. O por otra parte uno espera encontrar al prójimo, bajando o subiendo.
Jesús pronuncia la parábola del buen samaritano al responder a una pregunta de un abogado: ¿quién es mi prójimo?
¿Quién es esta víctima del asalto?, y ¿quién es este sacerdote que bajaba por el mismo camino y que no le hizo caso? ¿Y el levita que pasó por el otro carril de la carretera y siguió de largo? ¿Quiénes son los asaltantes? De alguna forma, todos aquellos somos nosotros. Desempeñamos varios papeles en la parábola, en varias maneras. La víctima del asalto en el camino eres tú. Eres tú, el sacerdote que pasa de largo y el levita que está ocupado en sus propios asuntos. Eres tú el samaritano quien demostró la misericordia. Pero, también eres la banda de asaltantes, y eres el hotelero que cuida al asaltado.
Nosotros asaltamos al viajero, lo golpeamos, lo despojamos y le damos una paliza; lo dejamos medio muerto pero, además, somos el levita que pasa por allí, cuyos escrúpulos no le permiten involucrarse en un asunto ajeno, el que finge no ver a la persona necesitada, pasa por alto el infortunio. Además, somos el sacerdote camino a una función o a celebrar la liturgia en honor a Dios. Quizá el sacerdote se preguntaba a sí mismo, qué debería haber hecho este miserable para merecer de Dios un castigo tan fuerte. ¿No es verdad que uno cosecha donde había sembrado?
Somos, además, (a decir verdad) el despreciable buen samaritano, el desecho de la sociedad que la gente religiosa llamó relajado o idólatra y los ricos llaman indigentes. La gente bien los nombra inútiles, los menos aptos para salir adelante y relucir en la sociedad. Sin embargo, y sorprendentemente, los “fracasados” triunfan. El último se hace el primero. Posiblemente en nuestra sociedad, lo análogo al samaritano es el “estúpido”, el inútil, el “chambón” o el “tonto”. En la sociedad en general, incluso en nuestra sociedad religiosa, hay quienes no aceptan a quienes piensan o actúan diferente. De todos los actores en la parábola con los cuales me puedo identificar, el samaritano es el menos probable, el más incómodo. Es evidente que el samaritano merece el desprecio. ¿Por qué, entonces, lo presenta Jesús como protagonista?
El objetivo del evangelista Lucas es el reconocimiento del prójimo y el amor que implica el perdón. Amémonos queridos hermanos, por lo que hemos hecho y por lo que no hemos hecho. Amen y perdonen a sus hermanos y hermanas por lo que ellas podrían haberte hecho o no hecho. Ama y perdónate a ti mismo (a) por lo que has hecho y por lo que no has hecho. El amor al prójimo incluye a todos y en toda circunstancia, y exige el perdón. Podemos perdonar hoy, y ahora mismo. De hecho, la vida religiosa-consagrada, laical y comunitaria-familiar es un testimonio elocuente de la reconciliación y del perdón. ¿Quién de nosotros merece el privilegio y el don precioso de la consagración religiosa o laical? ¿Quién de vosotros es digno (a)? Pues, nadie, salvo por el amor misericordioso de Dios. Somos y son los elegidos, únicamente por la gracia divina.
Como asaltante, como levita, como sacerdote en la parábola, perdónate a ti mismo (a). La víctima perdona, porque la víctima es Cristo. Y el samaritano perdona, porque el samaritano también es Cristo. Y el dueño de la posada es Cristo. Jesucristo es el centro de la parábola. Cristo está en el corazón de cada actor en la parábola, aunque escondido, aunque distorsionado y traicionado. Cristo también está escondido en los asaltantes de la historia. Sí, aunque distorsionado, Cristo habita en cada ser humano.