6. OTRAS MANERAS DE ADENTRARNOS EN LA PARÁBOLA DEL “HIJO PRÓDIGO”
Por un tiempo un hijo se llama “pródigo” se deja llevar por las propias inclinaciones y se aleja de la casa paterna. Por su parte, el padre “pródigo” se deja dominar por el amor y la paciencia y ve hacia el retorno de su hijo perdido. Otro hijo, el mayor, se excomulga de la familia por lo que él percibe como un principio de la justicia. También hacia él, el Padre sale de la casa con la esperanza de reintegrarlo en la familia. De los tres, el hijo mayor no disfruta de la casa familiar. Él, aun después de haber recibido lo que le correspondía de la herencia, se quedó con las ganas insatisfechas, mientras meditaba en el cabrito que nunca había pedido de su papá para celebrar con sus amigos. El hijo mayor, más que abrirse a la esperanza, se aferra y se queja y se excomulga.
Al final, es él, el que nunca se había alejado, quien rehúsa entrar en casa. Si hay fiesta, cariño y magnanimidad en el hogar, no alcanza al hijo que se encierra en sí mismo y niega a entrar en la fiesta de su hermano. Porque en aquella casa, según las informaciones recogidas por un criado, encontrará no sólo a un hermano pródigo al que no puede soportar, sino sobre todo a un padre exagerado en su amor. El hijo mayor llega a decir a su papá: “Ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas” (v. 30); no aguanta a un padre que derrocha la misericordia, el perdón y los abrazos de bienvenida; y su primer impulso le dice: ¿Cómo vivir en una casa donde el corazón es más importante que la disciplina, donde la misericordia supera a la justicia? En otras palabras, ¿cómo soportar un Reino donde el pecador recibe perdón sin reproche?
Se nota en la parábola que los dos hijos que habían salido de la casa. Pero el mayor no cae en la cuenta de que él también tiene que volver. No se da cuenta de que también su condición requiere la conversión. Sí, necesita evaluar su observancia sin falla, su cumplimiento enfadado, el moralismo mezquino, la pretensión de ser hijo ejemplar al mismo tiempo que rechaza a su hermano. Esta parábola afirma: el no aceptar a su hermano equivale al rechazar a su padre. El “hijo pródigo”, le llama “padre” varias veces y con afecto, mientras el hijo mayor no pronuncia las palabras “padre” ni “mi hermano”, y se queda fuera de la fiesta.
Al mayor se le perdió algo esencial en sus relaciones familiares. ¿De qué sirve la obediencia sin alegría? ¿De qué vale su trabajo interesado? (Para ver qué lejos se ha apartado, fijémonos en su queja: se interesa por un miserable cabrito.) ¿De qué vale tener un padre si niega la relación fraternal? Aquel hijo que “se negaba a entrar a la fiesta”. La ironía es obvia: al nunca haberse ido, se alejó de la casa sin remedio. Nunca había entrado de verdad en la casa, porque, aun siendo hijo, se hizo esclavo de su presupuesto. En contraste, su hermano, lejos de la casa, había reflexionado: “¡Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre!”
El padre le dice al mayor: “Hijo, tú estás siempre conmigo; todo lo mío es tuyo”. Puede ser esto lo que le da miedo: la posibilidad de hacer suyo el corazón del padre, hacer suyo el amor sin límite. Si se tratase de calcular justicia y castigos, el hijo mayor era experto; pero aquí no es cuestión de administrar y juzgar, sino de “prodigar”, de abrir y derrochar, o sea, de amar sin límites. Entonces, un hijo, que se niega a ser hijo, se queda plantado en el umbral de la casa, sin poder entrar, con el resultado de que la fiesta se queda incompleta.
Entremos a la fiesta. Imagino que dentro de la casa hay un hijo, el menor, que pregunta a los de la casa (quienes están en la fiesta): “¿Y mi hermano? Mi hermano, ¿cómo está? ¿dónde está mi hermano mayor, el otro hijo de mi padre?” Mientras una voz, desde afuera, se oye: “Ese hijo tuyo pecó contra el cielo y contra ti; ya no es digno de ser llamado hermano mío”.
La historia de los dos hijos con su padre termina como una tragedia, porque concluye con un hijo alimentándose de enojo y murmuraciones. Cuando el padre le ruega que entre, que cambie el corazón y su actitud, pero el sigue discutiendo. Prefiere ser presumido, satisfecho de sí mismo, más que alegre, cómplice e hijo de un padre pródigo.
Aprendamos algo de la tragedia del hijo mayor: negar al hermano lleva consigo el rechazar al padre. Negar al hermano y al padre es desmentir la existencia de una familia. Un mensaje de esta parábola se centra en el amor y la misericordia del padre. Más difícil que soportar a un hermano pródigo, el hijo mayor no pudo admitir a un padre pródigo en su amor, en su paciencia.
¿Qué es lo que enseña Jesús?: descubre y muestra el rostro de Dios, desfigurado por el peso de la ley y por el rigor del juicio. ¿Cómo es Dios? ¿Cómo debe situarse el hombre ante Dios?: como un hijo con su padre. Pongamos nuestra confianza en él, como en un padre o en una madre, sabiendo que con Dios todo irá bien; sin él, en cambio, la vida va degradándose y hundiéndose en una esclavitud. Y si alguna vez el hijo se aleja de su casa, no duda en volver, porque siempre será recibido con los brazos abiertos de un Padre bondadoso, que ama más allá de lo programado. ¿Acaso podemos esperar menos de nosotros, hermanos (as) religiosos y laicos, pecadores (as) perdonados?
En la parábola, un hijo, lejos de la casa, sentía hambre, hasta tenía ganas de comer los desperdicios que daban a los cerdos. Cuando vuelve a casa, matan el becerro gordo y celebran con una parrillada. El que se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre, se transformó y se llenó de todo lo que su Padre bondadoso le ofreció. La ironía es que otro hijo, el mayor, se quedó en ayunas ni un cabrito comió de lo que le pertenecía, y permanece fuera de la fiesta de su familia incompleta. ¡Tal vez con más hambre que su hermano menor!
Lucas, 15,11-32. Familia perdida/fracturada
Dentro de nuestras familias y dentro de la Iglesia, dentro de la comunidad, un hermano se separa de la vida común o del hogar, y los padres no hacen nada para recuperar al hijo. Hay una espera, a veces larga, por su regreso. Y cuando regresa, como si fuera programada, se hace una fiesta de bienvenida y de reintegración en el seno de la familia.
Dentro de la misma familia, hay otro hermano que vive en casa, pero se divorcia de los intereses de la familia, se aísla, busca el afecto y la amistad fuera del círculo de la familia. Y el padre (y los hermanos) hacen todo lo posible para incluirlo en familia, para inducirlo, para integrarlo en la comunidad. Pero, cuando un miembro se aleja de la comunidad, ¿sale de la comunidad física o psicológicamente?, hay varias posturas que tomar.
Una postura es que la misma familia tome la iniciativa para reintegrar a la persona extraviada o al hijo inconforme, a que vuelva a la familia. Otra postura es dejarlo ir, permitir la separación, esperando que, en su tiempo propicio, el miembro separado se reintegre en la familia. Sería pensar un poco en todos los hermanos habitantes de la calle que se han alejado de sus familias, como por citar un ejemplo más claro.
En cuanto al hijo llamado “pródigo” no hay ningún esfuerzo para buscarlo, obligarlo a quedarse, prohibir su salida. Pero el padre siempre permaneció en la espera. “Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido (esplangnidzomai) corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (v. 20). En cuanto al hijo mayor, el padre toma la iniciativa, sale de la fiesta, escucha los argumentos, las quejas y las justificaciones de su hijo, e intenta reintegrarlo en la familia. Pero, él se había apartado sin remedio.
Aquí se precisan dos posturas desiguales de parte del padre, y, además, dos posturas distintas de parte de los hijos alejados. El hijo llamado “pródigo” tiene un sentido de familia. Le llama repetidas veces “padre” a su progenitor. Se encuentra en la casa, en fiesta. Tiene la confianza de pedir de su “padre” lo que ilusiona para vivir su propia vida. Se da cuenta de la diferencia en aquella casa entre ser hijo y ser siervo o esclavo.
El hijo mayor nunca llama “padre” a la cabeza de la familia. Se refiere a su hermano con desprecio, igual como al padre, cuando dice “Ese hijo tuyo”. Nunca entra en la fiesta, se queda afuera, como Caín, en el campo, donde desmiente todo concepto de una familia.
El padre se refiere a los dos hijos “Hijo”. Y, además, frente al rechazo del mayor, intenta convencerlo con la expresión: “hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (v. 32).