8. LUCAS 16, 19-31 LA GRAN SEPARACIÓN: LÁZARO Y EL RICO EPULÓN
rico (sin nombre) | pobre Lázaro, “a quien Dios ayuda” |
(mesa) | echado junto a su portal |
vestía de púrpura y lino | cubierto de llagas |
espléndidos banquetes | ansía saciarse de las migajas |
los perros venían a lamerle las llagas | |
el rico murió | el pobre murió |
fue sepultado (apartado) | fue llevado por los ángeles |
en el abismo, atormentado (vv. 23 y 25) | en el seno de Abrahán, consolado (vv. 22 y 25) |
alzó los ojos y vió | |
pide que moje la punta del dedo en agua | (migajas) |
que refresque su lengua | (los perros venían a lamerle las úlceras) |
clama: “Padre Abrahán…”, Dios responde al rico: “Hijo” | |
recibiste bienes durante la vida | males durante la vida |
Encontramos a dos personajes que ocupan regiones polares opuestas, el rico anónimo y el pobre llamado Lázaro. Las descripciones de los dos están en oposición: una vida opulenta, glotona y hermética contrasta con la vida pobre, hambrienta y vulnerable. Después de que se mueren, los dos son separados por un abismo inmenso. Aquel intransitable abismo refleja la enorme distancia que se abrió entre los dos durante su vida terrena. Jesús plasma la felicidad prometida a los desafortunados de la vida presente y el destino infeliz de los que son poseídos por sus riquezas. Resalta la clara disparidad entre el destino de quien se ha cegado por su riqueza y la felicidad de quien está “a la puerta”. La respuesta de Abraham no expresa un juicio, sólo indica la inversión brutal: “Hijo, ahora (Lázaro) goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos” (16, 25).
Desde el lugar de tormentos, el alma de aquel que era poseído por sus riquezas alza los ojos y por primera vez y ve de lejos a Lázaro, a través del abismo. Durante su vida, el hombre acomodado, cerraba los ojos ante su prójimo e ignoraba su existencia. Ahora sufre indecibles tormentos, no por haber vivido cómodo, sino porque, encerrado en sí mismo, cerró sus ojos a las personas inconvenientes, se había divorciado de la persona a la entrada de su casa, con el resultado de que creció un barranco infranqueable entre ellos.
La parábola habla de las relaciones entre personas durante la vida presente. Estas relaciones miden la amistad con Dios en la eternidad. No es el pobre Lázaro echado al portón quien está apartado de la humanidad y de Dios, sino el hombre envuelto en sí mismo. La separación que se crea durante la vida se vuelve un abismo que nadie puede atravesar. La barrera del infierno no será más horrenda que las separaciones que construimos en la vida presente. Según la lógica de la parábola, aquel que permite tal divorcio cavó una zanja alrededor de sí y se aísla para siempre.
¿Qué le faltaba al hombre encerrado en sí para merecer tal castigo? Más que robar, matar, defraudar, fornicar o involucrarse en un partido político, su pecado era de omisión: el olvido de su prójimo, la ignorancia (en sentido proactivo). Por descuido, el acomodado no abrió sus ojos al pobre en su puerta. Se encerró en sí mismo y se divorció de la realidad humana a su alrededor. Cuando alguien se aparta de la comunidad, hay tres fechas para su salida. La fecha de las maletas, cuando sale de la propiedad en el taxi. Y la fecha, grabada en su corazón, cuando dejó que su amor se enfriará. Esta debe tenerse muy pendiente porque puede ser la más importante, es decir, se sale del hogar, del matrimonio, de la comunidad laical o religiosa cuando en el corazón se da cabida al desamor, a la infidelidad, etc.
Jesús retrata a la persona que tiene de sobra y que, por eso mismo, ni necesita de nadie, ni depende de nadie, ni se preocupa de nadie más que de sí mismo. No abre sus ojos, no se da cuenta de nadie. Es demasiado tarde cuando el rico se dio cuenta del pobre en el portón de su casa y, en su apuro, quería lamerle el dedo de quien antes tan sólo lamían los perros. Pero la distancia que se abre entre los dos es infranqueable: antes, cuando la distancia se hubiera podido acortar, fue el ensimismado quien la volvió insuperable. Satisfecho de sí mismo, ha creado el abismo de la separación.
En la parábola no es Jesús quien excluye a alguien de una amistad duradera, eterna con él; es la persona satisfecha de sí misma quien se excomulga. No le interesa, no se da cuenta de un necesitado echado a su puerta. Le interesan sus propios proyectos, sus ocupaciones, diversiones y gustos, y ni siquiera advierte que haya un prójimo a la puerta. Se excluye a sí mismo. Cualquier persona es capaz de apagar su felicidad, no a causa de su condición o rango, sino por su conciencia o su inconsciencia, del trato con los demás o la falta de encontrarse con el prójimo.
Ante todo, la parábola subraya la enorme fosa que se abre entre la persona satisfecha y su prójimo, que “yacía a la entrada de su casa”. En el más allá esa separación se convierte en un abismo que nadie puede cruzar. Nos preguntamos acerca de aquel abismo, ¿y cómo llegó a ser? Cuando el ricachón se despertó a su condición actual, era demasiado tarde. Su prójimo podía haber sido su salvación, si se hubiera fijado antes en él. La fiesta se acaba para quien no reconoce, que no responde al prójimo.
Eres el magnate. ¿A quién en tu portón prefieres no ver y no aceptar? ¿Hacia quién en tu puerta has cerrado tus ojos?
Eres Lázaro. ¿Cómo has sido herido y marginado, aislado y alejado? ¿Cómo respondes a las personas en tu entorno? La herida y la historia personal pueden usarse como pretextos para no entrar en comunión con los hermanos (as); en el mejor de los mundos, con la gracia, el sufrimiento nos hace más compasivos, nos pone en comunión con los demás.
Lucas recordaba las parábolas y las curaciones de Jesús con un propósito. Tenía en mente una comunidad real, de hombres y mujeres de carne y hueso. Su propósito, al recordar las acciones y palabras de Jesús, fue formar a una comunidad. Por su manera de contar el evangelio, sus opciones en seleccionar y organizar la historia de Jesús, conocemos algo de la comunidad. Particularmente en la sección central (caps. 9-18), que en gran parte es propio de Lucas, se abre una ventanilla por donde vislumbrar a su comunidad. Sólo Lucas nos habla de un malentendido entre Marta y María. Sólo Lucas, el buen samaritano; sólo aquí, el administrador tremendo, un enano Zaqueo, un leproso samaritano agradecido, y sólo Lucas la parábola de un rico epulón con Lázaro a su puerta.
El evangelio está destinado a la formación de la consciencia cristiana; lo transferimos a nuestra situación. Respecto a lo que Lucas nos enseña, busquemos las analogías en la propia comunidad, en la Iglesia de hoy.
Del caso hipotético, la parábola del rico epulón y Lázaro a su puerta, ¿qué sería lo análogo en tu situación actual? ¿A quién se equivale el rico magnate? ¿Quién equivale a Lázaro? En el propio corazón, ¿dónde reside el magnate, ¿dónde está su casa? ¿Dónde come y hace fiesta? Y Lázaro, ¿dónde está, por qué está allí, y con qué propósito?.