2. LUCAS 3, 7-14 ¿QUE TENEMOS QUE HACER?
Al inicio del evangelio, Juan Bautista recibe una serie de audiencias mientras predica la conversión en el desierto. Dice: “Den frutos que prueben su conversión, y no anden diciendo: ‘Somos descendientes de Abrahán’” (v. 8). La gente le preguntaba (v. 10): “¿Qué tenemos que hacer?”, y Juan les contestaba: “El que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene, y el que tenga comida compártala con el que no la tiene”. Acudieron a Juan algunos de los que recaudaban impuestos para Roma y le preguntaron: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer?”, aquí Juan respondió: “No exijan nada fuera de lo establecido”. También unos soldados le preguntaban: “¿Y nosotros qué tenemos que hacer?”, y contestó: “A nadie extorsionen ni denuncien falsamente, y conténtense con su sueldo”. La pregunta plasmada al inicio es lo que espera una respuesta a lo largo del evangelio: “¿Qué tenemos que hacer?”
Me llama la atención que la llamada a una vida evangélica y a la conversión no exige algo extraordinario. Al contestar a la gente, a los burócrata-publicanos y a los soldados, el Bautista recalca la fidelidad a sus responsabilidades, la integridad en su estado de vida. Es como si el Bautista dijera: Haz lo que te comprometiste hacer. Haz ahora lo normal, lo humano, lo obvio. Conténtate con el pan que te toca cada día, con lo que profesaste.
Al presentar tres grupos típicos con la pregunta, se entiende otro grupo, que es el lector o, en nuestro caso, el laico, la hermano (a), que son ustedes. Los invito a leer Lucas 3,7-14 y añadir un versículo en el que se involucre a sí mismo (a): “Y nosotros(as), ¿qué debemos hacer?” Escucha la respuesta del Bautista en cuanto a tu estado de vida.
Juan Bautista pidió una conducta más humana, menos egoísta, más normal. A los judiciales, los funcionarios —por cierto, dos oficios despreciados por los judíos, les respondía con sencillez: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. A los funcionarios les respondió: “Sean honestos y responsables. No defrauden o engañen a nadie”. A los judiciales les contestó: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente; conténtense con su salario. Sean responsables y honestos en su trato con todos. En una palabra, sean más humanos. No utilicen su posición para espantar o defraudar a nadie”.
Las recomendaciones del Bautista nos asombran por su sencillez y humanidad. Se recalca que hay que moderar nuestra conducta en cuanto al prójimo y no exagerar en el trato con nadie, que seamos generosos, justos, equitativos, compasivos. Se dirige a los que quieren emprender una nueva vida. Se trata de compartir los propios bienes con el prójimo que no tiene; de practicar la honestidad y la ecuanimidad en los negocios; de ser moderados en el ejercicio del poder. Apuntó la conversión de cada individuo. No habló de la conversión de los demás. La conversión propia no depende de la de mi hermano o hermana, de la otra o del otro.Una respuesta importante que Lucas da a la pregunta “¿qué tenemos que hacer?” es la conversión. Así responde Pedro tras su predicación de Pentecostés ante la pregunta de los que le escuchaban: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les respondió: Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados sus pecados. Entonces, recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37-38). La palabra griega empleada para expresar la conversión es metanoia y significa “cambiar de actitud”, “otra forma de pensar”, “mirar debajo de las cosas”. Para los griegos, la conversión empieza en la actitud, desde donde se hace las opciones de la vida; nos puede llevar a extraviarnos o bien a una vida más normalita, feliz. Si pensamos de modo falso sobre nosotros mismos y sobre las situaciones alrededor, nuestra conducta no será acorde con la realidad. A menudo, percibimos el mundo sólo bajo la lente de nuestras proyecciones. Por eso, Jesús según el teólogo Lucas enseña a sus oyentes a mirar bien la realidad y a valorarla en su justa medida. No esperar la conversión de otra persona. Hay que comenzar con la propia conversión, con la construcción de la Iglesia, o de la comunidad religiosa o laical, con la revisión de la propia casa.