9. LUCAS 18, 1 – 8 EL JUEZ INICUO Y LA VIUDA IMPORTUNA
- v. 1, “una parábola para inculcarles que hace falta orar siempre”
- v. 2, “en una ciudad, había un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (cf. v. 4, se repite la descripción); la descripción puede ser de cualquier hombre, que descuida las cosas de Dios y la justicia
- v. 3, una viuda que decía: “Hazme justicia contra mi adversario”; una viuda, que no tiene derechos, no tiene amparo en el sistema; depende de Dios y de la misericordia; aquí viene descrita la postura de Dios, que pretende despertarnos a una vida más justa, más equitativa
- vv. 4-5, el juez duraba mucho tiempo sin hacer caso de la solicitud, pero la viuda persiste; sucede también en la vida teologal, la vida consagrada, se ignora las intimaciones del Espíritu de Dios, se mantiene frío o estático, en el mismo carril. El modo de pensar del juez: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres” (cf. v. 2); no tiene un aliciente trascendente. Esta viuda me fastidia (no acaba por molerme, hypopiádzo). Le voy a hacer justicia, me vuelvo un juez justo.
El juez inicia un monólogo: “Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me molesta que le haré justicia para que deje de molestarme (no acabe por molerme)” (18, 24-25). El texto griego hupopiádzo se entiende literalmente: “Me golpea en el ojo”. A los oyentes les hacía gracia que ese poderoso juez tuviera miedo de que la débil viuda le pudiera darle en el ojo. Con ese monólogo, Lucas mueve al lector a confiar en lo débil de la oración. Hay más fuerza, más eficacia en ella que en otras fuerzas. En la oración, el hombre recibe sus derechos: tiene derecho a la vida, al auxilio, a la dignidad. En la oración, experimentamos que el ser humano, por lo imponente que sea, no tiene ningún poder sobre nosotros, que nos sostenemos con una relación con Dios.
- 18,6-8. Aplicación
- vv. 6-7, La viuda persistente. Dios nos abre al clamor por la justicia, que día y noche se oye de los oprimidos y olvidados.
- v. 8, “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”
Cuando Dios en persona nos visita, ¿habrá audiencia, encontrará la justicia, expresión de la fe, de la escucha a Dios?
Lee la parábola del juez y la viuda, y aplícala a tu consagración religiosa – o laical. Asesora tu vida de oración, en cuanto a su contenido, de diálogo, de silencio, de escucha y elocuencia.
En el capítulo 18 Lucas presenta un segundo tratado sobre la oración (ver capítulo 11); una parábola tiene como protagonista una mujer. en el capítulo 11, el teólogo presenta la oración como la expresión de la amistad y del amor de Dios; en el capítulo 18 nos habla de la oración en la situación de tribulación que precede a la venida del Hijo del hombre. Por una parte, la mujer, en cuanto a la viuda atribulada por su agresor, representa la amenazada comunidad cristiana, que acude a la autoridad estatal. Así pues, el juez no respetaba a los hombres ni temía a Dios. Por otra parte, la viuda figura el desamparado, presionado, dañado por sistemas injustos y no puede defenderse. La mujer que ha perdido al marido es, igual, imagen de las personas sin amparo. Difícilmente se mantiene viva y con dignidad. Es un símbolo del alma humana, de la intuición de su dignidad divina. Los adversarios son los esquemas de vida que nos impiden vivir, las debilidades, las heridas que la vida nos inflige. Al juez no le importan ni Dios ni los hombres. Para él, sólo cuentan las normas y los principios.
Respecto a la comunidad lucana, ¿el juez inicuo simboliza a qué factor o qué elemento en la sociedad? ¿Y la viuda? Respecto al individuo, ¿el juez habita dónde en mi persona? ¿Y la viuda?.
Dos actores se encaran, una viuda privada de sus derechos y un juez corrupto. Jesús pregunta, si el juez llega a responder a una viuda, ¿no hará Dios aún más por nosotros? El juez, atosigado hasta la irritación, se dobla bajo la insistencia de la viuda y concede sus derechos. Bajo esta luz, Jesús recalca el valor de la constancia en la oración; aconseja la valentía incansable en la oración: si se persiste en la súplica, por fin se concederá lo que uno espera.
¿Cuándo oramos de esta manera, con tanto fervor? Cuando estamos exhaustos, nos sentimos solos, quebrantados en cuerpo y espíritu; cuando nos sentimos agobiados por el pecado, enmarañados en el propio genio o plagados por una infidelidad o rechazo. Por el contrario, cuando una persona se siente plena, satisfecha, raras veces se le ocurre orar, pedir o agradecer a Dios. Cuando uno logra lo que pretende, se siente feliz y agradecido. Pero cuando tenemos hambre, pedimos el alimento. Cuando sufrimos y no podemos hacer nada, recurrimos a Dios en la oración.
¿Cuándo se nos olvida orar? Cuando estamos en toda nuestra felicidad, confort, cuanto nos sentimos super seguros de… Mientras nos ocupamos de nuestros proyectos, o bien estamos cansados o desconsolados, o cuando nos sentimos desesperados y pensamos que a Dios nosotros no le importamos.
Muchas veces asignamos a Dios el papel del juez inicuo, mientras a nosotros nos toca el papel de la viuda. Según esta interpretación, Dios llega a doblarse ante la insistencia y nos concede los derechos. Pero hay problemas con esta aplicación. En primer lugar, nos incomoda ver al amable Dios en el papel de un juez corrupto, un egoísta a quien no le interesa la justicia, alguien que retrasa sus justas decisiones. Frente al déspota Dios, a nosotros nos toca el papel de la viuda desprovista de sus derechos.
En parte nos incomoda esta interpretación, que no es del todo un cuadro real de las cosas. A veces somos nosotros los sordos y ciegos a las intimaciones del Espíritu Santo; nos hacemos brutos frente a cuestiones de la justicia social; a ciertas personas preferimos no tratarlas. Nuestro corazón se mueve por la crítica y el juicio más que por la amabilidad. Si consideramos bien la condición humana, ¿a quién se asigna el papel del juez inicuo?.
¿Qué pasa, si asignamos a Dios el papel de la viuda y a nosotros el de juez? Entonces Dios sería la latosa, que insiste en cambiar nuestra actitud y criterio. Dios es la que toca, suplica, nos acosa para que hagamos la justicia, para que oremos, nos despertemos a la caridad y reconozcamos a Jesús en la persona desamparada; Dios, la viuda pertinaz, insiste en una respuesta adecuada, clama sus derechos. Dios desgasta nuestra resistencia e ignorancia, hasta que nos doblemos a su voluntad.
Dios es la viuda que ha perdido todo en su vida, su dignidad, su “media naranja”, su seguridad, y ahora acude al juez; insiste en el cambio en nuestra forma de pensar, en que le hagamos la justicia. No se rinde frente a la cerrazón y la indiferencia. Quiere asegurar los derechos para que los humanos podamos vivir con dignidad. ¿Qué pasa si nosotros desempeñamos el papel del juez inicuo que niega sus responsabilidades, que se hace sordo a la súplica de parte de la viuda Dios?.
La parábola vuelve todo al revés. El implacable Dios es quien nos persigue durante toda la historia, siempre con nuevos inventos para despertarnos a su gracia. Si el juez es el “que no temía a Dios ni respetaba a los hombres”, entonces, Dios es la viuda que reside en los desamparados, buscando la justicia y dignidad. Toma el lado de los pobres que claman por la justicia y no la logran de los gobiernos de este mundo, de las estructuras sociales. Si Dios es la viuda, entonces ella tiene el derecho a demandarnos y a reclamar sus pérdidas. Dios, con voz enviudada, clama a que respondamos a las personas más necesitadas. La oración tiene mucho que ver con el clamor insistente por los derechos, particularmente de las personas desplazadas u olvidadas. Dios pide su dignidad y nosotros, el juez, tenemos la autoridad de responder o no a su clamor.
Al final de la parábola Jesús pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”. Habla de la fe no sólo como profesión con los labios, sino de la fe puesta en práctica por los hechos elocuentes.
Todos somos llamados a la conversión de corazón, a una transformación, no importa si nos identificamos con la viuda o con el juez corrupto. Viuda o juez, el amable Dios nos va a alcanzar, y la gracia divina hará una eficaz y potente justicia en nombre de los pobres, del huérfano, la viuda, los desplazados, los extraños y los neuróticos en medio de nosotros. ¿Qué nos da la esperanza? Que Dios no se rinde. Desde la creación, Dios sigue inventando nuevas maneras para responder a nuestra auto-destrucción, el rechazo, la ignorancia y el pecado; Dios nos persigue y no se detiene hasta que llegue la justicia, hasta que nosotros nos reconozcamos por lo que somos y conozcamos a Dios en nuestro prójimo, hasta que empecemos hacer el uno con el otro lo que nos corresponde como hijos de un amable, persistente Dios, que nos invita a amarnos los unos a los otros.