LA PAZ, FRUTO DE LA RECONCILIACIÓN
IMPORTANCIA DE LOS PROCESOS DE RECONCILIACIÓN DENTRO DE UNA COMUNIDAD: RELIGIOSA, PARROQUIA, ESCUELA, COLEGIOS, GRUPOS ÉTNICOS…
La libertad nace cuando nos despreocupamos de los rencores, resentimientos y odios. hay una fuerte relación entre reconciliación y paz.
A veces parecemos dispuestos a celebrar los funerales por la reconciliación y la paz; decimos o pensamos “se acabó”. Esta es una prueba más, un paso necesario para ser “libres”.
Sin lugar a duda, nuestro país Colombia pasa por momentos de esperanza y no sólo para sus ciudadanos sino también para el mundo entero; Colombia se convertirá en los próximos días en referente de esperanza para pueblos y naciones que sumidos por las guerras desean reconciliarse y encontrar esa tan anhelada paz.
La firma de los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC (fuerzas revolucionarias de Colombia), nos demuestran lo importante y valiosa que puede ser la reconciliación entre hermanos, hijos todos de un mismo Dios. Pese a que muchos están en contra de la reconciliación de nuestros pueblos con dichos insurgentes con sus argumentos válidos desde la razón humana, pero carentes de misericordia y de fe como cristianos, es un hecho que la reconciliación toca hoy a nuestro pueblo. A veces parecemos dispuestos a celebrar los funerales por la reconciliación y la paz; decimos o pensamos “se acabó”. Esta es una prueba más, un paso necesario para ser “libres” ante el sufrimiento, el dolor, la incomprensión en las comunidades locales y religiosas, en la parroquia, escuelas, colegios, grupos étnicos, en los matrimonios… porque al parecer nos falta pensar un poco como Dios o trascender realmente al significado de la verdadera reconciliación y una reconciliación que debe brotar de lo profundo del corazón, generando oportunidades de perdón, amor y paz.
Por cuarenta años el pueblo de Israel se vio enfrentado a luchas, contiendas, guerras, saqueos y muertes, todo en busca de la tan anhelada tierra prometida, nuestro país ha pasado una década más que la del pueblo de Israel viviendo todas estas situaciones de conflicto e indiferencia, no por algo físico y tangible como la tierra, si no por algo más sublime, intangible, trascendente como lo es la “paz” entre unos y los otros. Un signo, un gesto que sólo se pudo dar reconciliando los ideales y el corazón, es decir, reconciliando la razón con la fe. Ningún hijo de Dios, ninguna comunidad religiosa y laical, colegio, universidad, parroquia, ninguna familia, pueblo o nación merece vivir la guerra que hemos tenido.
Pero, si no reconciliamos el corazón y la razón difícilmente podremos encontrar la paz, la libertad a la cual todos estamos llamados como hijos de Dios. Bien dice el salmo 120 (6-7): “Demasiado he vivido entre los que odian la paz; ¡cuando yo hablo de paz, ellos hablan de guerra!”.
La libertad nace cuando nos despreocupamos de los rencores, resentimientos y odios. Hay una fuerte relación entre reconciliación y paz; para encontrar la paz hay que emprender el largo camino de la reconciliación desde el interior y el exterior del corazón y la mente personal para poder llegar a la reconciliación con el prójimo, con el otro (a), con el hermano (a) de mi comunidad, de mi parroquia, de mi grupo social.
El evangelio de Mateo nos da una luz más asertiva y clara sobre este aspecto de la reconciliación, nos presenta una reconciliación que nos lleva al encuentro consigo mismo, con el hermano (a) y con Dios. “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”, (Mt 5, 23-24).
Si nos hemos dado cuenta es un camino que va primero de uno mismo, para luego pasar al otro y posteriormente al encuentro con Dios. No podemos llamarnos cristianos por el solo hecho de entrar en el templo y presentar la ofrenda (nuestra vida, oraciones, ruegos, peticiones…) a Dios, si sabemos o sentimos que nuestro corazón, que nuestra fe anda inquieta por falta de reconciliación personal, familiar y social. La familia, las parroquias, las comunidades religiosas y centros de enseñanza son y deben ser los gestores, los puentes que reconcilien, que unan a los hombres, a los hermanos (as).
Desde esta perspectiva la reconciliación se presenta a todas las familias, grupos pastorales y comunidades eclesiales de base como un reto en la vida actual del hombre latinoamericano, de las comunidades y sociedades del mundo contemporáneo. Vivir una reconciliación y una paz personal y comunitaria es el fruto del conocimiento de la persona en sí y de su experiencia del encuentro con Dios manifestado en el prójimo, el hermano (a), pues ahí es donde encuentra la vida el Espíritu. Cultivar la reconciliación y la paz es tarea de todos los hombres. No es una tarea exclusiva de un determinado grupo o ambiente. Todos estamos llamados a la reconciliación, más a una reconciliación y paz que sea capaz de generar vida.
Vivir reconciliados significa una búsqueda constante de paz, de verdad, de justicia y de vida. Es entrar en el misterio de Dios al grado de ser capaces de perdonar, amar y desear lo que Dios desea y ama “¡Que haya paz en Israel!” (Sal 25,5), ¡Que haya, paz en Colombia, en Latinoamérica y en el mundo entero! Toda reconciliación como ya he dicho es un camino que requiere de un proceso constante en la vida de cada uno y en la comunidad. Es un estado de paz que acompaña a toda la persona humana y es, a su vez, la base de toda su “libertad”. Es vivir una vida cristiana y social auténtica y con sentido.
Buscar la reconciliación y la paz en todos los ámbitos sociales y eclesiales implica que cada uno, como persona, sienta una admiración y atracción por la persona de Jesucristo, por el pobre, el necesitado, el marginado, el desplazado… que al conocerlo y estar con Él sienta una experiencia en el corazón tan fuerte que sea capaz de llevarlo a un compromiso concreto de amor y perdón. Misericordia plena en, por y para el otro.
En esta multiplicidad de ideas de reconciliación y paz y con la constatación empírica de que efectivamente los seres humanos tenemos que ser libres e iguales, podemos entender realmente que, la paz es fruto de la reconciliación que emana de un hombre, de una comunidad, de todo un pueblo, nación, de una parroquia y de los grupos pastorales y gubernamentales, donde confluyen los diferentes actores sociales que se han asociado en la defensa de la reconciliación y la paz, deseando un futuro mejor para sí mismos y las generaciones venideras.
Debemos aprender a leer la realidad, es nuestra gran tarea pastoral. De lo contrario, aparte de retroceder, nos seguiremos alejando unos de los otros; el corazón y la mente se llenarán cada día más de rencores, resentimientos y odios.
Hemos de concientizarnos de que no hay futuro para nadie, para ninguna cultura, pueblo y nación, si no sabemos ser todos más de todos, es decir, hermano de los hermanos en Dios para trabajar unidos por la reconciliación y la paz. No podemos resignarnos a continuar en luchas, discordias, en guerras personales, comunitarias, sociales y eclesiales. Necesitamos seguir haciendo historia con lenguajes diversos, con maneras de pensar diferentes, con maneras de vivir distintas. Invito a todos los colombianos y al pueblo latinoamericano a que abramos los sentidos, no tengamos miedo de hacerlo, seamos cristianos de horizontes amplios, activémonos pensando en este contexto actual de reconciliación y de paz, que quien coopera en esta reconciliación donde quiera que se encuentre, jamás será abandonado, sabe lo que es buscar la vida, el éxito, la felicidad, la libertad, el perdón y el verdadero amor. Así comprenderá que es en Dios lo que es por los demás.
Nada se entiende de la paz interior y exterior sin el noble fruto de la reconciliación, esta es la verdadera “libertad”. ¿Para qué entonces trepar por otros horizontes que nos conducen al abismo de la guerra? Si en verdad optamos por estar radiantes de gozo, hay que entender que la reconciliación no llega por parte nuestra, sino por la reconciliación con el otro y con Dios, entonces así se hace nuestra ofrenda en el altar agradable a Dios. De esta manera, la comunidad (religiosa, parroquia, escuela, colegio, grupo étnico…) sentirá la obligación, la necesidad y responsabilidad de comenzar por enseñarnos a reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás.
Si me lo permiten quisiera terminar parodiando unas palabras de un anónimo que encontré alguna vez en la red:
“Somos como bestias cuando odiamos.
Somos como hombres cuando juzgamos.
Somos como Dios cuando nos reconciliamos”