REFLEXIÓN Y ORACIÓN JULIO 2020
Preguntas en tiempos de pandemia
La pandemia nos ha obligado a estar en casa. Sin viajes, sin centros comerciales y consumiendo solamente lo que necesitamos. De un día para el otro nos hemos dado cuenta que todas aquellas cosas que creíamos esenciales no lo eran, y todas aquellas cosas que eran periféricas en nuestra vida, y a las cuales casi no le dedicábamos tiempo, se volvieron fundamentales: abrazar a nuestros hijos, caminar con amigos, visitar a nuestros abuelos, leer un buen libro, disfrutar de la naturaleza al aire libre, escuchar buena música, celebrar la fe en comunidad en nuestros templos, etc. Podemos decir que hemos sido obligados a hacer una pausa y contemplar cómo estamos viviendo.
Sobre todo desde la modernidad, y con el crecimiento de nuestro poderío técnico y científico, hemos emprendido la aventura de conquistar el universo entero. Mucho debemos agradecer por el progreso tecnológico y científico que nos ha hecho crecer tanto en nuestras condiciones materiales de vida y especialmente en el campo de la salud y la medicina. Pero en este camino hemos perdido algunas cosas. Como Ulises en La Odisea, en el camino de la conquista permanente todos los misterios deben ser descifrados y todo debe ser conocido por el hombre. No hay lugar para la mística y la contemplación.
El objetivo: dominar, producir, utilizar todo lo posible para adquirir un alto grado de desarrollo (desarrollo distribuido en forma desigual, obviamente; porque en el centro no está la persona sino el poder por el poder mismo). La naturaleza, la Tierra entera y hasta el propio ser humano se han convertido en un medio para alcanzar un fin: dominar y producir a cualquier precio. Toda actividad que no “produce” para el sistema en el que vivimos es considerada insignificante, una pérdida de tiempo: arte, filosofía y teología han sido, obviamente, descartadas, relegadas al sótano donde se guardan los objetos que ya no tiene valor.
Pero la pandemia nos ha obligado a hacernos algunas preguntas: ¿hacia dónde estamos yendo? ¿Cuál es el objetivo de querer dominar todo y a todos en todo momento? ¿Qué sentido tiene adquirir tanto conocimiento y poder si al final no somos más felices? Como especie humana ¿tiene sentido vivir en un sistema en el que la mayor parte de la población mundial tiene sus necesidades básicas insatisfechas? ¿Tiene sentido continuar viviendo como si los recursos naturales fueran infinitos cuando en realidad no lo son?
Cinco años antes de esta pandemia, en la encíclica Laudato si, el Papa Francisco nos dijo:
“La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que «menos es más». N° 222
“…entender la calidad de vida”, ¡esta breve afirmación es fundamental! ¿Qué entendemos por calidad de vida? Nuestro actual modo de vida nos hace creer que una vida de buena calidad es aquella que crece en extensión, esto es, adquiriendo cosas, extendiendo nuestras propiedades, conocimientos, recursos, vestimenta, casas, autos, títulos, etc. Pero Jesús, y por supuesto Vicente Pallotti, nos han enseñado que una vida auténticamente humana es aquella que crece en profundidad. Profundidad que se nutre con la capacidad de amar, con los valores, con la capacidad de disfrutar dando, de ser felices, de disfrutar de las cosas simples de la vida…
Ojalá que esta dura situación de pandemia nos ayude a ser mejores personas y más conscientes de cuántas cosas realmente no necesitamos para vivir. Ojalá podamos ser más sabios y concentrarnos en lo esencial para no confundir la extensión con la profundidad. También ser conscientes que nuestra Casa Común y el ser humano no pueden jamás ser un medio sino un fin en sí mismos.
Hemos transferido el paradigma económico y las relaciones comerciales a los vínculos humanos y eso es un gran error. La persona no puede jamás convertirse en un medio para satisfacer mi egoísmo, sino que siempre la persona debe ser un fin en sí misma. Las personas, así como la creación, no tienen que dar un rédito económico a cualquier precio.
Pidamos realmente a Dios que nos haga más sensibles, de manera que la sed constante de dominio se transforme en hambre y sed de servicio. Que nuestras comunidades cristianas puedan ser espacios alternativos a la cultura del dominio, que puedan ser espacios que incluyan y abriguen a todos. Comunidades que sean escuelas de sobriedad y espacios de gratuidad:
“La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres.” N° 222
Por intercesión de San Vicente Pallotti oremos a Dios para que, luego de esta pandemia, podamos haber aprendido que todos dependemos de todos, que habitamos una única Casa Común y que estamos en la misma barca.
Algunas preguntas para la reflexión y la oración personal y comunitaria:
• Durante el aislamiento en casa ¿has pensado en cómo vives? ¿Cuáles son las cosas más importantes para ti?
• En tu vida ¿te has preocupado por crecer en extensión o en profundidad?
• ¿En tu comunidad cristiana todos se sienten aceptados y acogidos?
• ¿Tratas a los demás como un medio o como un fin en sí mismos?
• ¿Sientes que vives la sobriedad cristiana?
• ¿Tienes consciencia de cuidar la Casa Común?
• ¿Cuáles son las actividades que podrían realizar en tu comunidad para cuidar más nuestra Casa Común?
P. Lic. José Luis Gulpio sac
Lic. Fil. Pontificia Universidad Gregoriana de Roma
Posgrado en Gestión Educativa – Universidad Católica del Uruguay