(Renovación SAC 2000 – N°3)
“Jesús mío, dadme vuestra Pureza,
y así vuestra Pureza será mi Pureza”
(S. Vicente Pallotti, OOCC X, 669).
I. Introducción
- Hay serias razones para iniciar la reflexión sobre nuestras promesas personales con la de la castidad, columna vertebral de la consagración palotina. Contrariamente a la práctica secular anterior que enumeraba los votos religiosos en el orden de pobreza, castidad y obediencia, ahora, desde el Concilio Vaticano II, la castidad es la que abre la lista de los consejos evangélicos, lo que evidencia su importancia en la vida consagrada. La opción de la castidad por el Reino no es sólo del ámbito del Nuevo Testamento (Mt 19, 12; 1Cor 7, 25-40) sino que también está en la práctica de los primeros cristianos. Hoy somos conscientes de que el voto o promesa de castidad expresa de modo más radical la consagración de la Iglesia y su amor nupcial a Cristo[1].
- La castidad se vincula íntimamente con las otras promesas[2]. No está de más destacar y recordar que quien no es casto no será ni pobre ni obediente, ni desinteresado ni fiel; destruirá la comunidad y quebrará la comunión fraterna. “La castidad le imprime a la existencia humana una manera de vivir, en la que la relación con Dios y con los hermanos matiza y nutre todos los aspectos de la vida. Junto con la obediencia y la pobreza, abre un camino de libertad y fecundidad del servicio a Dios y a los hombres”[3].
- Esta reflexión, sin ser exhaustiva, recuerda ante todo el entorno y los elementos fundamentales de la castidad, para ubicarla en el conjunto de la dinámica espiritual del consagrado. Siguen luego las consideraciones del Fundador que añadió acentos nuevos y originales a la teología de la castidad de su época. Además, el llamado a la castidad exige una clara mirada a los desafíos de la cultura contemporánea que se aleja progresivamente de la percepción cristiana del hombre y del mundo. Finalmente se proponen algunas pistas de orientación en la búsqueda de renovación constante de la Sociedad.
II. En el corazón de la predilección de Jesús.
- Como consagrados, somos destinatarios de las bienaventuranzas: bienaventurados. Proclamación de la Nueva Ley, las bienaventuranzas establecen un nuevo estado de vida, ordenado ya no al goce de una tierra prometida sino orientado al Reino de los cielos[4], y asocia el camino de la vocación de todos los fieles a la Pasión (perseguidos, afligidos, hambrientos) y a la Resurrección (consolados, saciados, verán Dios). Viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas, entramos en la esencia del misterio pascual[5] y nuestra configuración con Cristo alcanza su sentido pleno y se convierte en realidad. El cuerpo de Cristo crucificado, torturado, destruido y lugar de sufrimiento, no es la última expresión del misterio pascual. La más alta verdad sobre el cuerpo se nos revela en el cuerpo sanado, transfigurado y glorificado. La castidad a la que se llama al cristiano no es el rechazo de la sexualidad o la desconfianza al placer, sino su integración en un compromiso de amor en el seguimiento de Cristo. Tal integración es particularmente fuerte y explícita en los consagrados que viven radicalmente su castidad[6].
- “Bienaventurados los de corazón puro porque verán a Dios”. La castidad como elemento constitutivo de la pureza concierne ante todo el corazón humano, porque “… del corazón provienen los propósitos malvados, los homicidios, los adulterios, las prostituciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt 15, 19). El corazón es la sede de la persona moral. ¿Quién tiene entonces el corazón puro? El que en todo pone la inteligencia, la voluntad, las aspiraciones y la creatividad en sintonía con las exigencias de la santidad de Dios, pero principalmente en tres ámbitos: el de la caridad, que preside a la vida virtuosa[7], el de la rectitud sexual y el que concierne al amor a la verdad y a la ortodoxia de la fe[8].
- La pureza del corazón significa una lucha continua contra la triple concupiscencia y las codicias desordenadas, violencia del deseo humano. Es una lucha que se compara al vía crucis en la perspectiva de la resurrección, camino de libertad y fidelidad a la voluntad del Padre, en un espíritu de entrega. San Pablo lo experimenta como antagonismo entre la “carne” y el “espíritu” (Gal 5, 16.17.24). En ese combate, lo que está en juego es inmenso: ver a Dios cara a cara y hacerse semejante a él, sentarse con junto al Cristo victorioso, a la derecha de Dios Padre. Estamos en las antípodas de la lógica terrena, de la “sabiduría de este mundo” y de la economía del lucro y del provecho inmediato y tangible. La purificación constante del corazón remite a lo esencial de la vida de un cristiano y de un consagrado en su apertura al don de Dios (cf. Jn 4, 10).
- La Doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús y del Sagrado Rostro, confesó, con su perspicacia habitual, la íntima convicción sobre lo esencial de la pureza de corazón: “le supliqué a la Virgen de las Victorias que alejara de mí todo lo que habría podido ofuscar mi pureza. No ignoraba que en un viaje como aquél, a Italia, habría encontrado muchas cosas capaces de turbarme, sobre todo porque, no conociendo el mal, temía descubrirlo, porque no había experimentado todavía que todo es puro para los puros y que el alma simple y recta no ve el mal en nada, ya que efectivamente el mal sólo existe en los corazones impuros y no en los objetos insensibles”[9]
III. Definición y descripción.
- “La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona y por tanto la unidad interior en su ser corporal y espiritual”. Ella expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, su dimensión carnal y encarnada, que se vuelve realmente humana cuando se integra en la relación de persona a persona[10]. Esta definición contemporánea, dinámica y personalista difiere grandemente de las definiciones anteriores o precedentes que pusieron el acento en los aspectos secundarios y dieron involuntariamente una visión reduccionista del llamado a la santidad[11] Principalmente la castidad no es un triste empobrecimiento, sino más bien una riqueza, una fuente de alegría y un grado superior de libertad. El Papa Juan Pablo II captó lo esencial cuando dijo: “Según la visión cristiana, la castidad no significa en absoluto rechazo o desprecio de la sexualidad humana, significa más bien energía espiritual, que sabe defender al amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad y promoverlo hacia su plena realización”[12].

IV. En la visión del fundador.
- Vicente Pallotti justifica la importancia y la necesidad de la castidad desde la verdad fundamental que somos creados a imagen y semejanza de Dios. Ya que Dios es pureza por esencia, nosotros estamos obligados a usar el libre albedrío para perfeccionarnos en cuanto imágenes vivas de Su pureza esencial[13]. “… la más perfecta y angélica Pureza, y la Castidad tienen que ser uno de los más luminosos distintivos de aquellos que están y estarán en la Congregación” concluye el Fundador[14].
- Nuestro Fundador es perfectamente consciente de que la castidad es antes que nada un don de Dios: nemo castus, nisi Deus dat. Este don de Dios, que merece una actitud de reconocido agradecimiento, implica la oración. Necesitamos orar constantemente para conseguirlo de manera permanente[15].
- San Vicente Pallotti tuvo una consideración de la castidad tal que ni siquiera intentó justificarla con largas reflexiones porque se le imponía con total evidencia. Él percibe la promesa de castidad como una obligación y un deber[16] de cada miembro de la Sociedad: “todos están obligados a vivir en castidad perfecta en la Congregación”[17]. Realista como era, sabía que la castidad también implica un esfuerzo, una lucha y un sufrimiento[18]. Nos exhorta calurosamente al espíritu de sacrificio porque “sería horrible que en la Congregación de la pía Sociedad, hubiera uno solo que no perteneciera a G.[esù] C.[risto] por faltarle la perfecta mortificación de la carne”[19]. El tema de la mortificación vuelve continuamente. San Vicente multiplica las normas “prudentes” que conciernen a la vida del cuerpo: el modo de comer y de beber, de dormir y de vestir, el comportamiento con otras personas, sobre todo con las mujeres[20] y con los jóvenes, todo tiene que seguir el dictado de la “preocupación de prevenir”. Conociendo perfectamente también la vida por el confesionario y consciente de sus propias debilidades, ya que se consideraba un gran pecador, es radical en sus exigencias y constata que “La castidad es muy necesaria para el clérigo (en este caso, para un miembro de la Sociedad), mientras que sin [ella] es el monstruo más nefasto”[21].
- Inspirado por una lectura espiritual sobre la vida de Juan Berchmans, Pallotti escribió: “…para conservar la castidad = 1˚ huir de las amistades y familiaridades particulares; 2˚ vencer valerosamente la gula; 3˚ tratar amorosamente a Dios como el Hijo a la Madre”[22].
V. En la espiritualidad palotina.
- Nuestra opción de vida es la virginidad[23] “…como forma suprema de aquel don de sí que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana”[24]. Se asume la misma manera de vivir de Jesús en su docilidad al Padre, por la que “…Cristo asume la forma de vida virginal y revela así la cualidad sublime y la misteriosa fecundidad espiritual de la virginidad”[25]. La finalidad principal de la virginidad es pues la configuración con Cristo. “Su forma de vida casta, pobre y obediente aparece en efecto como el modo más radical de vivir el evangelio en esta tierra, un modo que se puede decir divino”[26].
- Los objetivos parciales de nuestra promesa de castidad están también definidos concretamente: ante todo queremos hacernos partícipes del amor de Cristo por la Iglesia. Siguiendo cada día los pasos de Cristo, participamos de su amor nupcial por la Iglesia[27]. Nosotros vivimos en la Iglesia y para la Iglesia. Entre los consejos evangélicos, la castidad tiene un valor único y primordial. “Efectivamente, la excelencia de la castidad perfecta por el Reino, considerada con razón «la puerta» de toda vida consagrada, es objeto de la constante enseñanza de la Iglesia”[28].
- El segundo objetivo de la promesa de castidad en el celibato consagrado expresa la voluntad de adquirir una disposición particular que nos haga capaces de servir con un corazón libre e indiviso. La disponibilidad apostólica traduce muy fielmente nuestra libertad exterior e interior en la realización de la misión específica de la Sociedad y en los roles particulares que se nos confía[29]. Ella queda exenta de todo tipo de egoísmo interesado. Entre todos los consejos evangélicos el de la castidad es el más exigente, radical y directo, “…es signo de una superabundante gratuidad”[30].
- La fecundidad apostólica es la consecuencia lógica de la libre disponibilidad palotina. El apostolado, no siendo una actividad material ni productiva sino un empeño en el crecimiento misterioso del Reino, obra de Dios, se hace posible por la transparencia a la gracia de cada uno de nosotros. “Tras las huellas de María, la nueva Eva, la persona consagrada expresa su espiritual fecundidad haciéndose receptora de la Palabra, para colaborar en la construcción de la nueva humanidad con su incondicional dedicación y su vivo testimonio”[31]. La castidad, el primero y el más radical de los consejos evangélicos, tiene una fuerza de testimonio sin igual. Como los otros, este consejo evangélico remueve todo lo que puede frenar el desarrollo de la caridad[32]. El celibato consagrado encuentra su justo valor en la unión existencial con el Cristo Apóstol antes que en las consideraciones prácticas sobre la eficacia de la acción.

VI. En la sociedad del apostolado católico.
- Los miembros de la Sociedad “…siguen a Cristo, Apóstol del eterno Padre (cf. Jn 10, 21; Ebr 3, 1), según los consejos evangélicos”[33], en un camino sometido constantemente a la tensión entre dos dimensiones: la de la vida en comunidad y la de la responsabilidad y de las relaciones externas. La tensión puede resolverse a partir del carisma, que asegura coherencia y equilibrio a la vocación en la Sociedad. También la genera la personalidad de cada uno, en la medida en que quiere y es capaz de vivir efectivamente el espíritu del carisma. Aunque haya tensión entre estas dos dimensiones de nuestra vida, no hay oposición radical: fundamentalmente nuestra vida comunitaria y apostólica se arraigan en la misma misión recibida[34].
- En la polaridad de la vida apostólica y la vida comunitaria, la castidad introduce un tercer elemento, ofrece otra apertura. “Pone distancia, hace retroceder. Establece un vacío, un espacio, donde la relación con Dios puede ocupar todo su sitio” e inspira todos los aspectos de la vida humana. La castidad nos protege contra la hegemonía de una u otra dimensión al tiempo que, como un polo equidistante, fecunda y armoniza las exigencias del compromiso de estar juntos y de actuar juntos[35].
VII. En el mundo.
- A la castidad, dimensión importante de nuestra encarnación, no se la vive en lo abstracto, sino en el contexto de existencia espacial, temporal y sobre todo social, en el que regula las relaciones interpersonales y las enriquece con las cualidades de la justicia y la caridad. Consecuentemente no huye de las influencias ni de las presiones de la cultura del entorno, propias de cada sociedad. El universo palotino se mueve junto a las grandes civilizaciones, vive en países que tienen cada uno una cultura propia con sus tradiciones locales. Estos datos, aunque no funcionen más en su forma original y sufran una influencia constante de la cultura mundial, a su vez encauzada por diversos factores, ejercen empero una fuerte presión sobre las actitudes de la persona.
- En las grandes tradiciones antiguas, ligadas más bien al mundo rural, la sexualidad humana estuvo subordinada sobre todo a la procreación y a la perennidad de la familia y la sociedad. Esta preocupación constante dictó normas sociales y modelos de comportamiento de una nobleza incontestable, como la exigencia de la virginidad antes de la boda o la fidelidad conyugal. La iniciación sexual estuvo rodeada de rituales y costumbres que aseguraban la madurez individual y social de los jóvenes. La familia y la vecindad comunitaria favorecían el respeto a las tradiciones y la integridad de las costumbres. Sin embargo la continencia no significó la castidad forzada ni se conoció el celibato por el Reino. Como ya hemos dicho, fue una novedad absoluta.
- La nueva cultura mundial, cosmopolita y neopagana, logra también interferir en las tradicionales, cristianas o no. Desordena los datos antropológicos, reniega sistemáticamente de la moral, penetra en las mentalidades, plasma las reacciones, crea nuevas necesidades y constituye un mayor desafío a todos los llamados del evangelio. La corriente posmoderna ya ha superado los confines de la cultura misma y se ha apoderado de la naturaleza específicamente humana[36]. Vivir la castidad, de por sí siempre difícil, ahora se ha vuelto un proyecto heroico de vida que para algunos resulta imposible. En muchos aspectos ya vivimos bajo la influencia de esta anticultura que primero provoca la ruptura con el sistema coherente de los valores, después lleva a múltiples infracciones y además se introduce en la vida individual y social.
- Entre estas debilidades citamos en primer lugar la degradación del sentido del ideal y la difusión de una sexualidad infantil[37]. Sin ideal es imposible ser coherente y permanecer fiel en el tiempo; tomar compromisos a largo plazo y consagrarse de modo irrevocable. Perder el sentido del ideal es perder el sentido del otro. Con la actitud, actualmente más difundida, de desconfiar de la vida y de los demás, la elaboración de una sexualidad íntegra y altruista se encuentra con obstáculos a veces insuperables. A la muerte del ideal se sigue la mentalidad alérgica a lo que en nosotros se refiere a la elaboración del sentido religioso, del sentido moral y del gusto por la búsqueda de la verdad. Esta muerte deja la puerta abierta al vacío interior y al repliegue sobre sí mismo.
- La sexualidad infantil, “liberada” por “la revolución sexual”, constituye una sexualidad incumplida que induce al individuo a la regresión[38]. El adulto juega a ser niño, que a su vez se vuelve la medida del adulto. La sociedad plasmada de ese modo, rechaza el progreso psíquico y espiritual, niega la madurez y piensa que el impulso tiene su objetivo en sí mismo. La sexualidad infantil no es socialmente estable: es agresiva y sin objeto. Es agresiva porque el niño percibe el impulso sexual primario como violencia; no tiene objeto externo, porque el niño se percibe él mismo como el objeto propio de satisfacción[39]. Estamos en las antípodas de la sexualidad humana madura y casta, con el principio del amor oblativo hacia el otro.
- Frente de esta cultura mediática y mercantil, el mensaje cristiano sobre el amor humano y el sentido profundo del cuerpo, manifestación de la persona y realidad sagrada, se percibe como inaceptable, irreal y hasta dañino. A menudo se rechaza con vehemencia la invitación a la castidad o se la trata con desprecio y la virginidad se torna ridícula y argumento de escarnio como el de una actitud incomprensible y absurda.
VIII. En la perspectiva de la renovación.
- La promesa de castidad, primera expresión de nuestra consagración, es también la más “global”. Penetra todos los aspectos de la vida personal, comunitaria y apostólica, condiciona la veracidad de nuestro testimonio y verifica la autenticidad del compromiso del miembro de la Sociedad. Sin embargo, lamentablemente no ocupa el sitio que le corresponde dada su importancia e irradiación. En los encuentros, reuniones y asambleas se le dedica apenas una atención ocasional. Llegó el tiempo de abrir un gran debate sobre esta realidad que a menudo se experimenta dolorosamente pero que difícilmente se expresa, falsamente se la subestima y se la confina a la intimidad privada. Aun así la castidad no pierde sus implicaciones sociales y eclesiales.
- La Ley palotina parece ir en el mismo sentido cuando precisa: “Nuestra vida comporta el compromiso constante de entregarse a Cristo y de extender a todos los hombres, a quienes debemos atender en servicio infatigable, la capacidad de amar y de obrar que, normalmente, está dirigida al círculo de las personas y de los intereses de una familia propia”[40]. Sin embargo, progresivamente se va instalando el proceso inverso, preocupados y agitados por muchas cosas (cf. Lc 10, 41), prisioneros del círculo exclusivo y privado de la propia familia y de los amigos y conocidos, en detrimento de la vida común y del mandato apostólico. En cambio, la cultura de la castidad supone una verdadera separación de la familia de origen[41] y el abandono de lo privado e individual en favor de la plena disponibilidad hacia la misión.
- Los palotinos no viven aislados. Están inmersos en un mundo lleno de trastornos. Las corrientes de pensamiento, las modas y las tendencias, la presión invasora de todo tipo de medios de comunicación y la evolución de hábitos y costumbres generalmente penetran en el entorno cristiano y particularmente en el mundo palotino. La relativización de todo nos plantea problemas. La exigencia extrema del consejo evangélico de la castidad y la pureza de corazón está en las antípodas del espíritu del mundo contemporáneo. La subcultura del pansexualismo, los grupos de presión homosexuales y la explotación mercantil del cuerpo humano hacen que la práctica de la castidad resulte un testimonio fuerte, provocador y difícil[42].
¿Estamos preparados y dispuestos a enfrentar todo eso? ¿No tendremos que replantear nuestro apostolado con las familias y con los jóvenes para indicarles el camino de la noble libertad, el primer fruto de la castidad? Nos toca dar las respuestas adecuadas a esta y a otras cuestiones.
IX. Conclusión.
- La castidad no es un consejo evangélico estéril, al contrario: significa una promesa de vida fecunda, realizada y feliz al servicio de Dios y del hombre. Nos invita a cantar con María su Magníficat, porque de su “amor virginal proviene una particular fecundidad, que contribuye al nacer y al crecimiento de la vida divina en los corazones”[43]. Hagamos pues nuestra esta invocación:
Oh, Madre, a ti, que quieres la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas,
por medio una respuesta de amor y entrega total a Cristo, te dirigimos con confianza nuestra oración:
¡Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros!
[A. I. D. G.]
[1] CF MICKIEWICZ F., “BLOGOSLAWIENI CZYSTEGO SERCA (…).” Biblijne podstawy slubu czystosci., en: I nic nad Boga Apostolski wymiar zycia konsekrowanego. (colección) Apostolicum, Zgbki 1999, 95.
[2] Hay una analogía con la caridad en el conjunto de las virtudes: «El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es el «vínculo de perfección» (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana». Catecismo de la Iglesia Católica (CCC), 1827.
[3] THOUVARD J., La chasteté féconde las tensions entre mission y communauté, en: La chasteté pilier de la vie commune, Médiasèvres, Paris 2000, 34.
[4] «El matrimonio es un estado de vida común a toda la humanidad. Cristo no lo inventó, sino que lo restauró en su plenitud y autenticidad. El celibato consagrado en cambio es un estado de vida totalmente nueva. Con Cristo llegó algo nuevo que funda un nuevo estado de vida». DE LONGEAUX. Amour, mariage y sexualitè de après el Bible, Mame / CERP, Paris 1996, 83.
[5] De LONGEAUX, Amour, mariage y sexualitè de après el Bible, Mame / CERP, Paris 1996, 89.
[6] Los modos de vivir la castidad son diversos según los diferentes estados de vida, entre los que están la virginidad o el celibato consagrado, «…modo eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo, con corazón indiviso». Cfr. CCC, 2349.
[7] «…busca la justicia, la fe, la caridad, la paz, junto a los que invocan al Dios con corazón puro». (2Tm, 2, 22).
[8] CCC, 2518. La pureza del corazón penetra toda la vida interior del hombre, incluida la vida afectiva. Hay que distinguir la verdad de los sentimientos de la verdad del amor: las dos pueden ser concordantes o discordes. La unidad del amor exige ajustar el perfil subjetivo y el objetivo de nuestro modo de amar.
[9] S. TERESA DE JESÚS NIÑO, Manuscritos Autobiográficos, A. 57 r. Esta cita se encuentra expuesta en la Basílica de Notre-Dame des Victoires, que la santa visitó en París durante su peregrinación.
[10] CCC, 2337.
[11] He aquí una formulación entre muchas otras parecidos: «La virtud de la castidad, hija de la templanza, mantiene y asegura el dominio del alma sobre los placeres carnales: deseo de gozos voluptuosos, deseo de los gozos de la generación». Después: «Prácticamente, la castidad regulará los afectos (aspecto de la sensibilidad) y los placeres de la carne (aspecto de la sensualidad)». La castidad perfecta consistiría en la insensibilidad a los cariños y a los placeres y es atribuida a los ángeles: virtud angélica. Es un lugar común de toda la patrística. Textos y referencias en: Plus R., Rayez A. en Chastetè (…), 778-797. «Muy a menudo se entiende la castidad como un freno ciego a la sensualidad y a los impulsos carnales, que rechaza los valores del cuerpo y el sexo en el subconsciente, dónde esperarían la ocasión de estallar. Es una falsa concepción de la virtud de la castidad». WOJTYLA C., Amor y responsabilidad, Marietti, Turín, 19782, 157.
[12] Familiaris Consortio (FC), 33.
[13] Cfr. OOCC II, 45 y OOCC VII, 52.
[14] Cfr. OOCC VII, 52.
[15] OOCC II, 45; OOCC II, 274.
[16] ¿No será cierto que para un consagrado los consejos evangélicos se convierten en mandamientos?
[17] OOCC II, 44.
[18] «Nuestro cuerpo tiene que ser crucificado en sus ansias egoístas para poder manifestar adecuadamente la belleza y el compromiso sin reservas. Tenemos que reconocer humildemente que esta adaptación nunca es perfecta. Nuestra sexualidad nunca será perfectamente transparente en el amor. Siempre comportará una parte de sombra y violencia. Nosotros tenemos que sustentar una lucha, a veces fácil, a veces dura, contra nosotros mismos. Se trata de un camino que tenemos que recorrer con la gracia de Dios». DE LONGEAUX J. OP. cit., 89.
[19] OOCC II, 44.
[20] «Sermo brevis et rigidus cum mulieribus este de habendus», OOCC X, 574.
[21] OOCC X, 563.
[22] OOCC X, 547.
[23] La virginidad en sentido canónico es la integridad del cuerpo. En el sentido completo de la palabra: «La virginidad es una continencia que vota, consagra y guarda la integridad de la carne al Creador del espíritu y la carne» (San Agustín, De virginitate, cp.8; PL40, 400. «La libertad del ser de Dios», «el vuelo del alma», «la contemplación de la verdad», «la imitación más precisa y la intimidad más estrecha con Dios», tales son las razones y las ventajas que legitiman y encomiendan, a los ojos de Santo Tomás, «la alegría de esta integridad perfecta» (II-II, q. 152, a. 2,3,5º. Le citado en Garrigou-Lagrange, La virginitè consacrée à Dieu, selon saint Thomas, en VS, sept 1924, 533-550). Cfr. Plus et Rayez, op. cit., 778.
[24] FC, nº 37.
[25] Vita Consecrata (VC), 22.
[26] VC, 32.
[27] Ley SAC, 22.
[28] VC, 32.
[29] VC, 72;76.
[30] «A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús aparece obvio que Él pueda y tenga que ser querido con corazón indiviso, que a Él se le pueda dedicar toda la vida y no sólo algunos gestos o algunos momentos o algunas actividades». VC, 104.
[31] VC, 34.
[32] CCC, 1973.
[33] Ley SAC, 5.
[34] THOUVARD J., Dans las calles religieuse apostolique… en: El chasteté, pilier de las calles commune, Médiasèvres, Paris, 2000, 29-30.
[35] THOUVARD J., Dans las calles religieuse apostolique… en: El chasteté, pilier de las calles commune, op. cit., 32.
[36] La ideología onusiana del «gender», fuerza motriz de grandes conferencias internacionales sobre la población que son instrumentos al mismo tiempo políticos y mediadores de educación y acción, niega la diferenciación sexual presentándola como un dato contractual. Ver también: Anatrella T., La différence interdit, Paris 1998, Flammarion.
[37] Se puede encontrar el desarrollo de estos párrafos en: Anatrella T., Non à el société dépressive, Paris 1993, Flammarion.
[38] Cfr. Anatrella T., Non à el société dépressive, Paris 1993, Flammarion.
[39] En el impulso primitivo dominan el exhibicionismo, el espectáculo, el sadismo, el masoquismo, las indecisiones hétero y homosexuales, el autoerotismo y el narcisismo. Cfr. Anatrella T., Non à el société dépressive, Paris 1993, Flammarion, 104.
[40] Ley SAC, 223.
[41] Cf. AUGUSTYN SJ, J., Wychowanie do czystosci I celibatu kaplanskiego, Wydawnictwo M/APOSTOLICUM, Kraków-Zabki 2000, 198-200.
[42] Cfr. VC, 88.
[43] VC, 34.