(Renovación SAC 2000 – N°7)
I. Introducción.
- Si bien es cierto que de la lectura de la Ley de nuestra Sociedad del Apostolado Católico se puede deducir que se habla de bienes materiales y espirituales, por ejemplo leyendo la cita de Hch 4, 32, aquí sólo trataremos de la de los bienes materiales que, aunque no es un fin en sí mismo, es signo de comunión espiritual –carismas, oraciones y experiencias espirituales– y humanas –talentos intelectuales, artísticos y manuales[1]. Se quiere fundamentalmente recordar que cada miembro es parte de un cuerpo, que somos una familia donde cada uno debe sentirse responsable del otro, que no depende sólo de las propias cualidades y posibilidades, sino que al sentirse los unos responsables de los otros, se realiza la igualdad comunitaria, independientemente de las capacidades, de los trabajos y de las funciones de cada uno. Así recordamos nuestra mutua dependencia y mantenemos vivo el sentido de corresponsabilidad por los bienes espirituales, apostólicos y económicos de la Sociedad; así todo es cuestión no sólo de administradores, ecónomos y superiores, sino de todos.
- El tema de los bienes más específicamente espirituales se trata en otros artículos de nuestra Ley[2], tal como lo entendió la XII Asamblea General (1968-1969), dedicada a su puesta al día, cuando dedica un artículo especial a los hermanos y establece de algún modo que la quinta promesa trata sólo de la comunión de bienes materiales, mientras que las antiguas constituciones trataban todo conjuntamente. Ha sido entonces cuando se propuso cambiar la expresión «promesa de vida común perfecta» por «promesa de comunión de bienes»[3].
II. La comunión de bienes en la Sagrada Escritura.
En el antiguo Testamento.
- La línea general de la Escritura sobre los bienes materiales señala que la propiedad privada tiene sus límites y que, por encima de ella, se impone el grave deber de compartir con los otros. Lo comunitario tiene precedencia sobre lo individual. Se dice que cuando siegas el campo y olvidas una gavilla, no vuelvas a recogerla, ni vendimies todos los racimos. Eso es para los que no tienen tierras que cosechar (cfr. Dt 24, 19-21)[4]. Se dice que en el año de gracia las tierras les vuelvan a los propietarios que las habían perdido. En este sentido se interpretan las disposiciones sobre el «año sabático» (cfr. Lv. 25, 1-7) y sobre el «jubilar» (cfr. Lv. 25, 8-17) o las disposiciones generales sobre las propiedades (cfr. Lv. 25, 23-34).
- En el principio era la comunión de bienes, y lo que vino después es la corrupción de ese principio; por eso, para corregir, se ordena cada 50 años la restitución de las tierras a los anteriores propietarios. Son medidas correctoras contra el abuso y el acaparamiento, que tanta importancia adquieren en las críticas de los profetas sobre la sociedad injusta, donde los poderosos monopolizan y reducen a los débiles a la miseria. El remedio siempre indicado es el de compartir.
- Son constantes las normas sobre el uso de la propiedad –no defraudar el salario, pagar a tiempo, no usar trampas en las balanzas– con particular atención a los pobres, huérfanos, viudas, forasteros e inmigrantes, etc., es decir, los más débiles y necesitados. Se insiste en que no haya pobres y en el perdón de las deudas (Dt 15, 1-4).
- Son numerosos los textos de la sagrada escritura sobre este tema del uso de los bienes, pero para tomar uno suficientemente conocido por todos elegimos el de la primera lectura de la misa de S. Vicente Pallotti, el texto del profeta Isaías (58, 7–11) sobre el ayuno que agrada a Dios, la verdadera religión, el verdadero servicio, es decir, el cumplimiento de los deberes morales y humanos respecto al prójimo. No sólo se habla de los deberes elementales materiales de comida, bebida, vivienda y vestido, sino también de los espirituales de respetar la libertad, romper ataduras, quebrar yugos, por no citar otros; en el mismo sentido podemos interpretar, por ejemplo, Job 22, 6-9.
Jesús de Nazareth.
- Se sabe bien que Jesús siempre habló contra el individualismo egoísta y proclamó como ideal la solidaridad y el compartir. Recordemos, por ejemplo, el texto de Mt. 25, 31-46, donde en esas seis maneras de manifestar el amor al prójimo se concreta el precepto principal del amor, el servicio en caridad al hermano necesitado.
- No es necesario repetir lo que ya se dijo en otras ocasiones sobre la pobreza, por ejemplo, en «Renovación SAC»[5]. En general, Cristo propone un estilo de vida volcado a los pobres, en compartir y en relativizar los bienes y su uso particular, bienes puestos al servicio de los demás. Exalta la pobreza en cuanto opción radical de Dios, el desapego de sí y de los bienes de la tierra para hacerse más disponibles y abiertos a Dios y a los hermanos.

Las primeras comunidades cristianas.
- Con el nombre de sumarios o resúmenes se conocen los textos de los Hechos de los Apóstoles que retratan la vida idealizada de las primeras comunidades cristianas. Se apunta aquí lo que debiera ser toda comunidad auténtica que persigue la utopía del amor fraterno, nota esencial de la doctrina de Jesús.
Aunque nuestra Ley cita sólo Hch. 4, 32, trataremos también los otros textos porque son complementarios y ayudan a una mejor comprensión del fenómeno de la vida en comunidad. En concreto se trata de Hch.2, 42- 47 «Todos ellos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones … Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y lo distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno» y 4, 32-35 «El grupo de los creyentes pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas … no había entre ellos necesitados … ponían todo a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad».
- En estos textos podemos observar algunos rasgos comunes:
- La unión fraterna de los creyentes en el amor. Es lo que encierra la palabra griega «koinonía»: amistad, fraternidad y comunión que, además de la unión espiritual comprende la ayuda material.
- La comunión de bienes como un fruto de lo anterior: «lo tenían todo en común» y se repartían ese fondo común «según las necesidades de cada uno» (Hch 2, 44s).
- La comunidad litúrgica: «tenían en común las oraciones y la fracción del pan», es decir, la eucaristía.
- En definitiva, podemos hablar de comunión de vida y de bienes. Es un mensaje que apunta hacia la comunión total en el amor fraterno, y que se traduce como unión y coparticipación de bienes, tanto espirituales como materiales, y como ayuda mutua. En la sociedad actual, marcada por el tener y el acaparar, el gastar y el consumir, urge el testimonio de las comunidades cristianas y, por ello, también las comunidades religiosas, de hombres y mujeres solidarios que entienden y practican, es decir, que viven, el mandamiento de Jesús sobre el amor fraterno.
- Otros textos[6] hablan de colectas y del compartir para remediar las necesidades de los hermanos, siempre en la línea de un estilo de vida desprendido y solidario, que no acapara los bienes, sino que los comparte.
III. La comunión de bienes en S. Vicente Pallotti.
- En su primer «Llamado al pueblo» Pallotti insistió en que todos, sin excluir a nadie, en la búsqueda de «la más perfecta imitación de la vida de N. S. Jesucristo», fueron llamados y obligados a participar en su apostolado para la gloria infinita de Dios y la salvación de las almas. Los operarios de la primera clase participaban en la Unión del Apostolado Católico sin que «todos tuvieran que vivir en común»[7], sin consagrarse completamente y sin renunciar a sus ocupaciones y deberes, con el simple ofrecimiento de sí o la oblación revocable, «exentas de voto o juramento, y de cualquiera obligación bajo pecado»[8].
Sólo en 1846, cuando instituyó la Sociedad del Apostolado Católico, S. Vicente intuyó el papel importante de la vida común perfecta o la comunión de bienes. Se dio cuenta de que, para garantizar constancia y eficacia al Apostolado Católico, la Congregación de las Hermanas[9] y la Sociedad de los Presbíteros y Hermanos tuvieran que vivir en un régimen de vida común perfecta: «Presbíteros y Hermanos Coadjutores reunidos, formen un estado de vida de perfecta comunidad y de vida común perfecta»[10].
En octubre de 1846 estableció que «todo lo que los congregantes, presbíteros y hermanos coadjutores, adquieran después de haber entrado en la Congregación, quedará como propiedad [de ella] en razón de la vida común perfecta que tiene que haber siempre en la congregación para su estabilidad, observancia perfecta de reglas y progresos; y por tanto, como se mantiene el principio Quidquid acquirit Monachus, acquirit Monasterium, también en la Congregación Quidquid acquirit Congregatus, acquirit Congregatio»[11].
Sobre esto vuelve en 1847, con un capítulo específico sobre la vida común perfecta[12], e introduce en la fórmula de la consagración la referencia a la promesa de la comunión de bienes[13].
- Vicente Pallotti fue muy exigente sobre la comunión de bienes. «Nadie hará nunca uso de los propios bienes para proveer a sus necesidades personales, sino sólo para obras de caridad y celo con la dirección del Rector»[14]; «Ningún superior pretenda que se le tenga ninguna consideración especial o exención en lo que corresponde a la observancia de la vida en común»[15]; «Para ahuyentar … toda sombra de singularidad y preeminencia, nadie tendrá un puesto determinado en el coro o en el refectorio; … sino que cada uno elija con simplicidad … el que tiene más cerca»[16].
Pallotti había entendido que las diferencias y las distinciones antes o después irritan a los hermanos y que, provocando un proceso de competencia e intolerancia, pueden quebrar poco a poco la alegría y la estabilidad de la vida común. En cambio, donde reina realmente la comunión de bienes, se torna más fácil y concorde el amor a Dios, a los hermanos y al prójimo.
- Para S. Vicente Pallotti la comunión de bienes es un punto básico en el fundamento y el desarrollo de la comunidad. El santo fundador no puede entender una vida en comunidad que no ponga en común los bienes, tanto materiales como espirituales, siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, particularmente la de Jerusalén. Por eso, a las tradicionales promesas de vida en castidad, pobreza y obediencia, irá añadiendo las demás, entre ellas, la comunión de bienes, entendiendo que una vida común perfecta significa compartir todo lo que se tiene incluso, por supuesto, también los bienes materiales.
IV. La comunión de bienes en la ley de la Sociedad del Apostolado Católico.
- La Ley de la Sociedad del Apostolado Católico incluye en la fórmula de consagración la quinta promesa como «comunión de bienes», que expresa la voluntad de los miembros de compartir los bienes, tanto materiales como espirituales[17]. Esto es así «para imitar a nuestro Señor Jesucristo», para «tener su espíritu», de modo que «todas las operaciones internas de nuestra alma sean semejantes a las del mismo Jesucristo, nuestro Señor, a fin de que lo imitemos sinceramente también en las obras externas, que deben ser expresiones veraces de las internas»[18].
- La consagración supone nuestra entrega total a Dios y la decisión de seguir a Jesucristo. Con la consagración «respondemos a la vocación, que se nos ha participado, de vivir para Dios y de entregarnos en comunidad fraterna al servicio de los hombres y del mundo»[19] se expresa el modo de vida en «comunidad fraterna» una de cuyas características es la comunión de bienes.
- Nuestra Ley dice que la Sociedad «se empeña en tener el mismo espíritu que animaba a la primera comunidad de discípulos de Cristo (cf. Hch 4, 32). Con la comunidad de los bienes espirituales y temporales, los miembros se proponen realizar una profunda unión en la comunidad y una acción apostólica eficaz»[20] y expresa la razón de esa comunión de bienes al declarar que es «para nuestra vida y para nuestro apostolado»[21], como queriendo indicar que se ha de entender hacia el interior de la comunidad y hacia el exterior, tanto hacia la vida de los hermanos en la comunidad como hacia las obras propias de las misiones apostólicas de los miembros.
- La comunión de bienes al interno de la comunidad,
- Es un signo de su unión;
- Es un medio para plasmarla, es decir que, tomando como modelo la primera comunidad de Jerusalén, no hay verdadera comunidad si no se comparten los bienes. La comunión de bienes refuerza la solidaridad y su falta o su empleo irresponsable termina por favorecer el individualismo con un grave daño a la vida comunitaria.
Por tanto podemos compararla a un termómetro para medir el grado de unión dentro de la comunidad. A mayor comunión de bienes, mejor y más amplio espíritu comunitario; cuanto menos se compartan los bienes, más campo habrá para el individualismo.
- Además, la comunión de bienes en sentido estricto aparece como condición para una mayor eficacia de nuestras obras apostólicas externas[22], y permite que:
- Nuestra Sociedad disponga siempre de bienes para realizar su misión, especialmente en situaciones y tiempos de crisis;
- Haya un equilibrio entre las provincias y entre las comunidades de modo que se ayuden unas a otras;
- Asumamos con mayor libertad actividades apostólicas sin retribución económica;
- Estemos libres de la excesiva preocupación por los medios de vida y más disponibles para el trabajo y la misión apostólica;
- Nos encontremos resguardados en caso de enfermedad y vejez;
- La Sociedad cuente con medios económicos para ayudar a los necesitados
- Y las comunidades locales tengan medios para practicar la hospitalidad[23].
- Centrándonos, pues, en los bienes materiales, enseguida vemos la relación estrecha que tiene esta promesa de comunión de bienes con la de pobreza[24], puesto que ambas se refieren al uso de los bienes temporales. La promesa de pobreza regula el uso de los bienes materiales, la de comunión de bienes nos pide que los compartamos solidariamente. Según sea nuestra comprensión de la pobreza, así será nuestra comunión de bienes[25].
- Respecto a la obligatoriedad de la promesa[26] que dispone el nº 38 de nuestra Ley, podemos distinguir tres partes:
- La primera establece separadamente las obligaciones de los miembros. «Con esta promesa nos obligamos a dar a la Sociedad cuanto nos corresponde por nuestro trabajo o en razón de la Sociedad»; «por nuestro trabajo» o sea bienes provenientes de la actividad intelectual, espiritual o física, desarrollada dentro o fuera de la Sociedad con encargo expreso o libremente asumida, con o sin el consentimiento de los superiores, o sea, toda y cualquiera actividad, o «en razón de la Sociedad», o sea que todos los bienes temporales que el miembro recibe no a título personal sino por el hecho de y pertenecer a la SAC, por ejemplo, donativos para la formación, para fines apostólicos, para las misiones, para una causa caritativa, donaciones sin precisa indicación de uso. Ante la duda, es mejor presumir que la donación se hizo a la Sociedad y no a la persona[27]; nosotros, «por otro lado, recibimos de la comunidad todo lo necesario para nuestra vida y nuestro apostolado»[28].
Para especificar y concretar lo expuesto se dice que «los miembros ponen a disposición de la comunidad sus fuerzas y capacidades, y contribuyen a procurar los medios necesarios para el apostolado y para asegurar el sustento común». Para que esto sea algo más que una mera declaración de bellas palabras se añade que «en el acto de la primera consagración, los miembros suscriben un documento con valor legal en el que declaran ser conscientes de que su relación con la Sociedad es una relación de familia y no de trabajo dependiente y que, en caso de salida o despido de la Sociedad, no pueden pretender indemnización alguna por el trabajo realizado»[29]. Al concretar los deberes de la Sociedad hacia los miembros se establece que «la Sociedad provee a los miembros de todo lo que necesitan para vivir, para el desarrollo personal y para el cumplimiento de las funciones apostólicas, cuidando de que no surjan desigualdades desagradables en el estilo de vida y en los medios para el apostolado»[30].
- La segunda parte de ese artículo dice que «en lo que se refiere a gastos personales, donaciones, pensiones, rentas y asignaciones de seguros, los miembros se atendrán a las disposiciones de la Ley Suplementaria y de los respectivos estatutos provinciales».
Refiriéndose al peculio para gastos personales se indica que esos bienes son de libre disposición por parte de los miembros, aunque se debe seguir en su uso el espíritu de la promesa de pobreza, evitando desigualdades hirientes[31] y respecto a las donaciones se establece con claridad que las «que los miembros reciben a título personal pasan a ser de su propiedad, pero si las reciben en razón de su pertenencia a la Sociedad o de su ministerio, pertenecen a la Sociedad» y el mismo criterio de evaluación se sigue para las pensiones, rentas y asignaciones de seguros[32].
- La tercera parte del artículo 38 dice que «los Superiores proveerán con solicitud fraterna a las necesidades de la comunidad y de cada uno de los hermanos, conforme al estilo de vida de la Sociedad, dando particular atención a que los enfermos y ancianos tengan la debida asistencia» y la Ley suplementaria reitera que «para que la Sociedad pueda cumplir sus deberes hacia los hermanos, los Superiores competentes, según sus posibilidades, provean las medidas oportunas para atender a los miembros enfermos y ancianos, sirviéndose también de los organismos de asistencia y previsión social de los respectivos países»[33]. Es importante resaltar que la obligación de asistencia a los miembros por parte de la Sociedad no deriva sólo de la promesa de la comunión de bienes sino también del contrato que firman los miembros y la Sociedad en el momento de la emisión de la consagración[34].
- En fin, nuestra Ley nos llama implícitamente a estar en guardia, a adquirir, conservar e incrementar la libertad interior y la independencia de quien, aun poseyendo bienes, no se siente atado, y a estar en sintonía con el sufrimiento de todos los hombres, especialmente con los hermanos de comunidad, nuestros prójimos más próximos.
V. La comunión de bienes hoy.
- Llamados a ser testigos en la Iglesia y en el mundo por nuestra condición de cristianos y más aún como consagrados, sugerimos algunas actitudes a tener en cuenta:
Austeridad frente a la idolatría del bienestar.
- Sin necesidad de análisis complejos, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que buena parte de la sociedad humana está dominada por el anhelo de bienestar y la idolatría del dinero. Para muchos, los valores dominantes son el dinero, el éxito, el consumo, el bienestar, artículos de marca, coche último modelo, ordenador, teléfono móvil, etc.
- También nosotros vivimos en este mundo y no somos ajenos a las tentaciones de este mundo y este modo de vivir y entender la vida. Por ello es necesario recordar que existe una actitud profundamente cristiana, es decir, enraizada en el mismo Jesucristo, que nos deja con las manos más libres para actuar al servicio de los pobres, nos pone más cerca de los necesitados, nos da más capacidad para estar a su lado, para escuchar sus problemas, para transformar nuestro corazón, para descubrir dónde están los verdaderos valores de la vida cuando se la vive en clave cristiana.

- Para los creyentes se puede indicar que
- Los que tienen abundantes medios materiales, que vivan sin ostentación y con austeridad y sobriedad, que contribuyan a disminuir las urgencias de los más necesitados; que no guarden con avaricia sus bienes y ganancias sino que inviertan para el desarrollo y crecimiento de la economía que permita la creación de nuevos puestos de trabajo que revierta en bien de la sociedad;
- Los que tienen lo necesario, que hagan de la necesidad virtud, es decir, que vivan serenamente la austeridad, sin angustias, sin ambiciones desmedidas y colaborando solidariamente con los que menos tienen
- Y los que han hecho promesa o voto de pobreza o quieren vivir su espíritu, que lo hagan con gozo de corazón y sintiéndose liberados del peso de las cosas materiales para manifestar más ejemplarmente la existencia y el valor de las cosas espirituales y la supremacía del amor a Dios y al prójimo[35].
Defensa de la persona frente al desarrollo inhumano.
- La ciencia y el desarrollo técnico sólo tienen sentido si están al servicio de las personas. Cuando están al servicio de un sector privilegiado, minoritario, y suponen la riqueza de unos pocos a cambio de la pobreza de la mayoría, se convierten en factor de opresión y deshumanización y las diferencias en vez de acortarse, se agrandan. Bolsones de pobreza y marginación crecen no sólo en los países subdesarrollados, sino también en los de las zonas más prósperas del mundo. La reacción más fácil para las sociedades opulentas es la discriminación y el olvido de los desocupados y el resentimiento contra los extranjeros que llaman a nuestra puerta buscando una oportunidad. Nada puede justificar que se sacrifique a los más débiles y desafortunados de la sociedad, para que el resto viva cada vez mejor.
- El compromiso de los cristianos, y más aún el de los consagrados como nosotros que decimos que empeñamos nuestra vida a favor de los demás y la consagramos a Dios, significa estar siempre comprometidos con la defensa de la gente, ayudar a los desocupados, luchar contra la discriminación, reaccionar contra el rechazo a los extranjeros, defender a los maltratados por la sociedad, en una palabra, buscar siempre el bien de la persona, defender sus derechos y su dignidad porque son hijos de Dios igual que nosotros, no menos.
Solidaridad frente a una cultura individualista.
- Uno de los rasgos de la sociedad actual es el individualismo y la falta de solidaridad. Cada uno se preocupa sólo del propio bienestar y de su futuro. No importa que se deterioren las condiciones de vida de los otros mientras yo pueda seguir disfrutando de mi nivel de vida. La gente se moviliza cuando están en juego los propios intereses; las huelgas y las manifestaciones de otros colectivos no hacen más que molestar.
- El mismo pecado de individualismo se instala en el interior de las comunidades. A menudo me preocupa más mi propia realización personal que las necesidades de la comunidad. No parece que los miembros están a disposición de la comunidad, sino al revés. Más bien parece que se toma la comunidad como el seguro que vela por mis necesidades primarias, así me siento bien y resguardado. Yo me sirvo de la comunidad, pero no sirvo a la comunidad. Parece que la comunidad fuera el seguro de mis necesidades primarias, de modo que yo pueda vivir de modo confortable y protegido. No raramente también el apostolado se vive de modo individualista.
- Urge promover una conciencia de solidaridad que, según Juan Pablo II es «…la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»[36]. Comprometerse cristianamente, más que pretender aceptar de buen grado nuestra organización social, quiere decir comprometerse en crear otra cultura y un nuevo tipo de convivencia; significa despertar la responsabilidad colectiva por las víctimas, suscitar sensibilidad hacia las situaciones de necesidad, promover la integración de los marginados, desarrollar la coparticipación y estar en una permanente actitud crítica frente al valor absoluto que se le asigna a la competitividad.
Misericordia frente a la insensibilidad social.
- En la sociedad de nuestro tiempo crece la insensibilidad y la apatía. El desarrollo de la técnica, la búsqueda de la eficacia y el rendimiento, la organización burocrática de los servicios, traen el riesgo de suprimir la «civilización del amor» de Pablo VI. Cada vez hay menos lugar para el corazón, cada vez hay menos tiempo para la ternura. Hay muchas personas a las que nadie escucha a las que nadie espera en algún lugar, que nadie las saluda o las besa, que no cuentan para nadie. En la oración de la noche del lunes de nuestras oraciones palotinas tenemos una plegaria sobre este tema[37]. En ciertas ocasiones las instituciones y los servicios sociales pueden cubrir ciertas necesidades materiales, pero no llegan a llenar los vacíos de soledad, no aciertan a ofrecer amistad, escucha ni comprensión.
- El cristiano está llamado hoy a introducir misericordia en esta sociedad; la Sagrada Escritura dice «sostened las rodillas vacilantes» (Hb 12, 12). La misericordia es el corazón de Dios, misericordia para liberar de la soledad, para acompañar en la depresión y para aliviar la vejez y la enfermedad.
Responsabilidad, compromiso y esperanza frente al fatalismo.
- Pensábamos que el avance de las ciencias y las técnicas superaría los problemas de nuestro mundo, haría más fácil la vida de los hombres, pero se terminó el siglo XX y hemos retrocedido en humanismo. En pocos años hemos pasado del optimismo a la desilusión. La sociedad atraviesa hoy una fuerte crisis de esperanza. Crece el escepticismo y el pesimismo. Se piden sacrificios a la gente, pero no se ven los resultados. Ya no se cree en las promesas de los políticos y de los líderes sociales. No se espera mucho de los expertos y entendidos.
- Ante este desánimo es momento de actuar de forma responsable y comprometida, sin perder la esperanza. Aunque parezca una utopía es necesario proclamar que el hombre no ha perdido la capacidad de ser más humano y de organizar la sociedad de forma más humana. Hay que crear una nueva cultura de coparticipación, que es el nuevo nombre de la comunión de bienes y que tiene como fundamento lo que proclaman los Hechos de los Apóstoles (4, 32). De los satisfechos e instalados no se puede esperar gran cosa, pero sí de los pobres y de quienes están con ellos, de quienes los comprenden y se ponen a su lado.
- Hablando de la comunión de bienes, hemos señalado la promesa de pobreza y el uso de los bienes materiales, lo que delinea un determinado estilo de vida que tiene que proponerse una comunidad humana más fraterna, al servicio de la dignidad de todos, en línea con los criterios del reino de Dios, donde el compartir reemplace al poder y al acaparar; un comprometerse realmente al servicio de los más pobres, defendiendo sus derechos y compartiendo sus necesidades y sus problemas, de otro modo seremos testigos no creíbles, que no acercarán los hombres a Dios, sino que los alejarán, porque el dios que se refleja en el estilo de vida mundano, no salva de nada y no sana.
- Hay que rever el «estilo occidental de vida» que impone a los cinco continentes la tecnología más alta y la ética más baja. Así las grandes tradiciones morales de la humanidad corren el riesgo de desaparecer, asfixiadas por nuestra nada y nuestro vacío; «una nación ayuda el suicidio si se esconde delante de las grandes fuerzas éticas y religiosas de su historia…»
- Se necesita una «revolución del amor», según la expresión del Papa Pablo VI, o sea una nueva escala de valores frente a la idolatría del dinero y del poder.
VI. Verificación comunitaria.
- Sobre la comunión de bienes, como coparticipación y solidaridad, podemos interrogarnos sobre la línea de las preguntas que preceden la renovación de nuestra promesa:
- ¿Administro los bienes de la comunidad con responsabilidad y conciencia, como si fueran de mi propiedad?
- ¿Trato de trabajar en beneficio de la comunidad?
- ¿Entrego a la comunidad, y por tanto comparto con los hermanos, el fruto y las rentas de mi trabajo? ¿soy consciente de que, si no lo hago, estoy defraudando la comunidad que me sustenta y soy injusto hacia mis hermanos?
- ¿Se justifica realmente mi estilo de vida?
- ¿Uso los bienes de la comunidad por fines egoístas?
- ¿Soy sensible a las necesidades y a los deseos de mis hermanos, tratando de ayudarlos lo más posible?
- ¿Pienso sólo en mí mismo (egoísmo, individualismo…) y en las ventajas que puedo sacar de la comunidad?
- ¿Soy consciente de que la comunidad sólo puede sobrevivir si todos damos nuestro aporte, cada uno según sus posibilidades?[38]
VII. Conclusiones
- También hay otras reflexiones y preguntas pero es tiempo de concluir. Una última reflexión. Tradicionalmente hemos entendido nuestra solidaridad como ayuda a las misiones y al desarrollo de los países más pobres. Estamos en buen camino. El aporte al desarrollo lo pueden y lo deben dar no sólo nuestras comunidades con un porcentaje de las entradas anuales, sino también cada uno de los hermanos individualmente, no sólo esporádicamente, en ocasión de terremotos, inundaciones, etc., sino con una implicancia más estable y continua, contribuyendo regularmente a asociaciones caritativas o anotándose en las de voluntariado o al menos sustentar sus iniciativa alguna vez por año con el peculio personal. Recordamos que cada uno ha recibido dones de Dios para servir al bien común.
Concluimos con la Palabra: «Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola a servicio de los otros como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4, 10).
[A.I.D.G.]
[1] Cf. Ley de la Sociedad del Apostolado Católico, nº 39.
[2] Cf. Ibid. nnº 48 a 56 y 255 a 267.
[3] Cf. Documentos del Capítulo General XII Extraordinario, Roma, 1969, nº 7, 125.
[4] Las citas bíblicas son de la Biblia de Jerusalén.
[5] Cf. Sociedad del Apostolado Católico, “Renovación SAC 2000” 4–Pobreza palotina, Roma, 2002, nnº 6-9.
[6] Hch. 6, 1-3;11, 29; Rom.15, 25-27;I Cor, 16, 1;II Cor. 8, 13-15 y 9, 12.
[7] OOCC IV, 146.
[8] Ibid. 150.
[9] Cf. OOCC II, 558.
[10] OOCC III, 3; Cf. también OOCC VII, 4.
[11] OOCC III, 92-93.
[12] Cf. OOCC VIII, 85-88 y 283.
[13] Cf. Ibid. 466.
[14] Ibid. 86.
[15] Ibid. 286.
[16] Ibid. 286-287.
[17] Ley de la Sociedad del Apostolado Católico, nº 18
[18] OOCC III, 38.
[19] Ley de la Sociedad del Apostolado Católico, ibid.
[20] Cf. Ibid. nº 37.
[21] Cf. Ibid. nº 38.
[22] Cf. Ibid., nº 39.
[23] Cf. H. Socha S.A.C., Commentario Giuridico alla Legge della Società dell’Apostolato Cattolico, Roma, 2002, nº 512.
[24] Cf. Sociedad del Apostolado Católico, “Renovación SAC 2000” 4 – Pobreza palotina, Roma, 2002.
[25] Cf. H. Socha S.A.C., o.c. nº 509.
[26] Ley de la Sociedad del Apostolado Católico, nº 38.
[27] Cf. Ibid., nº 517, 518 y 520.
[28] Ley de la Sociedad del Apostolado Católico, ibid.
[29] Ibid. nº 242.
[30] Ibid. nº 38.
[31] Ibid. nº 243.
[32] Cf. Ibid. nnº 244-245.
[33] Ibid. nº 242.
[34] Cf. H. Socha S.A.C., o. c., nº 534.
[35] Cf. Quarracino Card. Antonio, Consumismo y austeridad de vida. Acción Católica española, Evangelio y hombre de hoy.
[36] Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis, Librería Ed. Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1987, nº 38.
[37] Cf. Oraciones Comunitarias palotinas, Vitoria, 1997, 79–80.
[38] Cf. Celebrazioni liturgiche della Società dell’Apostolato Cattolico, Roma, 1989, 55.