(Renovación SAC 2000 – N°4)

I. Introducción.

  1. El tema de la pobreza nos evoca dos acontecimientos. El primero es el de algunas afirmaciones de hermanos que dicen: “nunca me ha ido tan bien en la vida como después del tiempo de la renuncia con mis promesas. La Sociedad ha cuidado de todas mis necesidades: comer, hacer compras, lavadero…; no tengo que preocuparme más por nada, estoy totalmente libre para mi trabajo.”

En cambio el segundo es el recuerdo de asambleas provinciales de hace veinte o treinta años en que se discutía de modo vehemente y apasionado si era realmente necesario proveer a cada habitación de baño y ducha o bien a cada hermano de un automóvil, de qué cilindrada, caballos de fuerza y marca. Esos temas calientes de entonces se han convertido en viejas historias[1].

  1. Nuestra Ley SAC da una solución cuando afirma que “Con la promesa de pobreza nos obligamos a limitarnos y a depender de los superiores en el empleo, en la administración y en la disponibilidad de los bienes personales y de los de la comunidad”[2]. Además “elegimos, según las circunstancias de los lugares, un estilo de vida simple”[3] y, además: “La pobreza, en su práctica, se tiene que adaptar continuamente a las exigencias y a las condiciones de nuestra vida y nuestro ambiente”[4].
  2. Las circunstancias de los lugares, las exigencias y condiciones de vida y su entorno son diferentes en la India y en Alemania, en Camerún y en los EE. UU., en Polonia y en Ucrania, en Tanzania y en el Canadá, en el sur y en el Norte del Brasil, y cambian con el tiempo y en el tiempo. Aunque la Ley declara que nuestro Fundador “quiere que la pobreza evangélica resplandezca en la vida de los miembros y de la Comunidad”[5], sería miope y superficial, en cambio, hacerla sólo consistir en la actitud visible. La cualidad fundamental de nuestra promesa de pobreza no consiste en el tener o no tener como los últimos, sino en un modo nuestro de ser, en una determinada actitud frente a Dios y a las cosas materiales. De esto, sobre todo, hablan la Sagrada Escritura, la espiritualidad del Fundador y la Ley Fundamental.
Retiros matrimonios

II. La pobreza en la Sagrada Escritura.

 

  1. En el Sagrada Escritura[6] los distintos conceptos de pobreza se resumen en dos tipos: la pobreza padecida y la no aceptada, o sea la miseria, entendida como falta de medios, y la opción por la pobreza abrazada libremente. Mientras la pobreza de algo como pura falta, no es en sí una bienaventuranza y no tiene ningún valor, siempre lo tiene la pobreza por algo, para un noble ideal, por ejemplo, por la libertad, la virtud, la comunidad, el compartir y la solidaridad con los pobres, la rebelión y la lucha contra la miseria misma.

La pobreza en la Antigua Alianza.

  1. En la antigua Alianza aparece ante todo la pobreza escandalosa de las desigualdades sociales, fruto del egoísmo, la injusticia y la violencia. Los profetas Amós, Ezequiel y Jeremías (cfr. Am, 8, 45; Ez 22, 29; Jer 5, 28) fueron eco de los sufrimientos y los lamentos de los pobres y denunciaron toda forma de opresión. La perspectiva es religiosa: YHWH, defensor de los pobres (cfr. Is 10, 1-2), lenta pero ciertamente restablecerá la justicia (cfr. Sal 37, 7-11).

Después está la pobreza como castigo a la pereza (cfr. Tb 4, 13) y a la necedad (cfr. Prov 6, 11), ya que la abundancia de los bienes materiales es una bendición anticipada que el justo recibe en la tierra (cfr. Sal 1, 3; 112, 3-5).

Los autores de los libros sapienciales, conscientes de que la riqueza es una de las causas de destrucción de la justicia social y de la hermandad, propusieron un ideal de moderación: el justo aspira a un estado intermedio entre pobreza y riqueza (cfr. Prov 30, 7-8).

Después del desastre del destierro, los profetas anunciaron que sólo un resto pobre del pueblo de Israel iba a alcanzar las promesas de YHWH (cfr. Sof 3, 13). Los pobres serían los que, realmente viviendo en precarias condiciones económicas, lo buscarían ardientemente, con una actitud humilde y confiada (cfr. Lc 1, 51-53). En los profetas posteriores al exilio “la pobreza se convierte en una apertura total a YHWH, con absoluta humildad y obediencia” y, en este sentido, “en la perfección misma de la fe”[7].

También el Siervo de YHWH del Deutero–Isaías será pobre y humilde, se encontrará con un sufrimiento injusto y una vida llena de contradicciones, pero YHWH lo recompensará con la exaltación final (cfr. Is 53, 11).

La pobreza de Jesús.

  1. Jesús reivindicó para sí el mesianismo humilde, pobre y sufriente. “Él optó por la vida ordinaria y sin pretensiones de la gente simple, con el peso de la dedicación al trabajo diario, y, durante los viajes de su ministerio público para anunciar la Buena Nueva, no tenía dónde apoyar la cabeza (cfr. Mt 8, 20; Lc 9, 58). Mostraba así una actitud de completa libertad interior respecto a la posesión de bienes materiales. Conversó con los ricos y aceptó la invitación a sus comidas porque conocía su pobreza interior (cfr. Mt 9, 10ss; Lc 7, 36ss; 5 27ss; 11, 37ss), pero se sintió atraído mucho de más por los pobres, a los que se sentía haber sido mandado (cfr. Lc 4, 18; 19, 10); los proclamó bienaventurados, porque en su pobreza están más abiertos y dispuestos que los ricos a acoger el anuncio del Reino de Dios, (cfr. Mt 5, 4-12; Lc 6, 20-23. Cfr. también Mt 19, 23; Mc 10, 25; Lc 6, 24-25; 18, 25 y las parábolas: Lc 12, 16-21; 16, 19-31) y no a los ricos, a los que presenta a menudo como duros de corazón hacia las necesidades de los otros por la preocupación de no perder sus riquezas y ciegos e insensibles a Dios”[8]. A los discípulos y a los apóstoles, que mandó a anunciar la llegada del reino, les pidió que fueran como él, pobres y libres de preocupaciones materiales (cfr. Mt 10, 9-10; Lc 9, 2-3; 10, 3-4)[9].

También advirtió que la riqueza ahoga la palabra de Dios y le impide fructificar (cfr. Mt 13, 22). El joven rico (cfr. Mt 19, 16-22), el rico necio (cfr. Lc 12, 13-21), Epulón (cfr. Lc 16, 19-31) y Judas (cfr. Jn 12, 6) son ejemplos de personas esclavas del dios dinero (cfr. Lc 16, 13). En cambio Pedro y Andrés, Santiago y Juan, Mateo y Zaqueo lo dejan todo para seguirlo. El tesoro verdadero, según Jesús, es el del corazón, que “no consumen ni el taladro ni la herrumbre, y donde los ladrones no descerrajan ni roban” (cfr. Mt 6, 19-21).

  1. “Bienaventurados los pobres de espíritu…” es el comienzo de las bienaventuranzas del reino de Dios (cfr. Mt 5, 3). Se trata no sólo de personas en estrechez económica sino en situación de debilidad, de dependencia, de humillación y de vergüenza; personas que no tienen los medios ni el dinero necesario ni las amistades importantes, ni el saber, ni la tecnología para cambiar su condición pero que confían en Dios. A ésos Jesús les ha anunciado el evangelio y ellos lo han comprendido y aceptado, al contrario de los doctores de la ley, de los sumos sacerdotes, de los ricos fariseos y de los ancianos del pueblo (cfr. Mt 21, 31-32). Es más, Jesús ha hecho del pobre un sacramento de su presencia: “…cada vez que habéis hecho estas cosas –en bien o en mal– a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí” (Mt. 25, 40)[10].
  2. El prójimo entonces resulta toda persona humana oprimida por la miseria, caída en mano de los delincuentes, víctima del mal; la que levanta los ojos hacia los montes y se pregunta: “… ¿de dónde me vendrá la ayuda?” (Sal 121, 1); el prójimo es una vez más Cristo crucificado, víctima del pecado del mundo, que se manifiesta vivo y doliente y que sigue gritando: “¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!” (Mt 27, 46).

El Señor, que escucha el lamento y que lo quiere hacer sentir a cuantos han sido renovados por su Espíritu para abrirlos a la compasión, pide el don de la pobreza para vencer la sordera ante los gritos de los pobres. Por tanto seremos juzgados de acuerdo con nuestra actitud para con ellos, tengan culpa o no, desde que Jesús se ha encarnado en ellos, por el ejercicio de nuestra caridad. Esta página evangélica nos quita todo derecho a juzgar desde lo alto el valor de los otros. Jesús, según el himno de Pablo a los Filipenses, “…se humilló y se despojó, asumiendo la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y … obediente hasta la muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).

 

  1. También la primera comunidad cristiana de los Hechos de los Apóstoles vivió la pobreza y la comunión de los bienes como signo externo de la realidad interior de un solo corazón y una sola alma (cfr. Hech 2, 42-48; 4, 32-35).

El Nuevo Testamento, en conclusión, ha confirmado y exaltado la pobreza en cuanto opción radical de Dios, desapego de sí y de los bienes de la tierra, para vivir con los modos y los tiempos de él y hacerse siempre más disponibles a su gracia y a su amor.

 

III. La pobreza en la espiritualidad de S. V. Pallotti[11].

 

  1. “Para S. Vicente Pallotti el ejemplo de Cristo es el motivo principal de nuestra pobreza; es un elemento integral de su seguimiento, o sea que no se puede ser discípulo de Cristo sin ser pobre. S. Vicente sigue plenamente el evangelio en el que el nexo entre el discípulo de Cristo y la pobreza es estrechísimo”[12]. “Si todos los cristianos – escribe S. Vicente– tienen que imitar a nuestro Señor Jesucristo, cuánto más lo deben imitar los que de alguna manera quieren cooperar con la continuación de la misión de Jesucristo; y mucho más los sacerdotes que deben hacer las veces de él”[13].

 

Eucaristía

Nuestro Fundador quiso para los Retiros de la Congregación, la pobreza de los capuchinos[14]; tendrían que haber sido según la forma y el estilo de sus conventos en todo[15]: elección del lugar y el ambiente, los recursos, las habitaciones y la mesa[16].

  1. Además de la obligación de limitarse, S. Vicente puso la de la dependencia de los superiores en la administración de los bienes materiales, después de distinguirla del derecho de propiedad. Pallotti no quiso comprometer con votos a los miembros mientras permanecen en la Sociedad, pensando en las dificultades que habrían tenido si después hubieran salido. Consideró por lo tanto no poder imponerle una renuncia total al derecho de propiedad. Los congregantes conservan ese derecho, pero se les prohíbe su uso y administración[17]. La prohibición del uso personal de los bienes se justifica con la inviolabilidad de la otra promesa, la de la comunión de los bienes, por la que no tiene que haber ninguna distinción visible entre hermanos.

 

12. El Fundador vio en el ejercicio del derecho de la propiedad un real enemigo tanto de la pobreza como de la comunión de los bienes, a la que considera fuente de cohesión de la Sociedad. Jesús ha demostrado que la riqueza y la prosperidad son factores moralmente irrelevantes y que la virtud no es proporcional al estado social. Un rico puede tener el mérito de la pobreza, si tiene el autodominio sobre los bienes, mientras quizás un indigente se consuma de avaricia en su miseria. S. Luis, rey de Francia, practicó a la pobreza y Elisabetta Sanna, pobre, manejó ingentes riquezas[18].

Con el uso constante de los bienes terrenales aumenta su dependencia que, junto con la complacencia, abre el camino a que se haga dueño quién sólo debía ser un servidor. He aquí por qué cuando falta la disciplina de la separación de los bienes terrenales, tan practicada y recomendada por el Fundador como necesidad intrínseca para la naturaleza humana, o falta una directiva superior, el atractivo instinto de posesión y conquista toma cuenta de la naturaleza humana y la esclaviza.

  1. Vicente quiso que la separación de los bienes terrenales también fuera una característica de la Unión del Apostolado Católico. Una de las clases que constituyó –la de los “contribuyentes temporales”– se comprometían a limitarse en gastos superfluos, porque tenían que usarlos para la gloria de Dios y la salvación de las almas[19]. Él quiso que la Unión y la Sociedad fueran los primeros que se incluyeran entre los pobres, para servir y ayudar, pero poco después, la expresión puede contribuir[20] cedió el puesto a tienen que usarlos[21].
  2. Pallotti fue el primero en dar el ejemplo. Habría podido vivir holgadamente, ya que la suya era una familia acomodada, pero quiso hacerse y ser pobre en el vestido y en la comida, siempre privándose de la más mínima comodidad. Lo atestigua la pobreza de su habitación en el Retiro del S. Salvatore in Onda. Dormía en el piso, sobre una manta, revestido del sayal capuchino y con una piedra por almohada, hasta que en 1839 un médico se lo prohibió. No poseyó nunca una carroza, pero cuando la necesitó se la pidió a alguno de sus amigos o alquiló una pública. Él, que administró en vida grandes sumas –como para el Octavario de la Epifanía y la Pía Casa de Caridad– a su muerte dejó en un cajón apenas un poco de dinero. El P. Raffaelle Melia declaró que entre los religiosos de Italia, Francia e Inglaterra nunca encontró tanta pobreza como la de S. Salvatore in Onda[22].
  3. Vicente pobre, en cambio, nunca se fijó en gastos para los enfermos. Les proveyó de buen vino y de una carroza para un paseo, llamó médicos de valor y gastó sumas relevantes para mandarlos a descansar a Ariccia, a Tivoli o a Albano, en casa de religiosos o de algunos asociados. Si se percataba que alguien estaba cansado, se apresuraba a proporcionarle descanso y reposo[23].

También se comprometió incansablemente con los pobres. No se avergonzó de pedir limosnas para ellos. Fundó obras caritativas y sociales: orfanatos, escuelas nocturnas y artesanas; atendió a los enfermos, a los soldados, a los presos y a los condenados a muerte; supo dar oportunas sugerencias para mejorar sus condiciones.

En el plano de las Procuras de la Unión del Apostolado Católico, a muchos Procuradores les confió las obras caritativas y sociales de las que fue promotor. Contando mucho con la eficacia apostólica de la pobreza, dejó en testamento a los compañeros el vivir de limosna[24].

 

IV. La pobreza palotina hoy.

  1. “Las formas concretas de la pobreza evangélica… dependen mucho de las circunstancias de lugar y tiempo, de las condiciones generales de vida de los pueblos en que se vive (…), pero hay constantes que no pueden faltar en ninguna forma de pobreza: la sencillez y la modestia en el estilo de vida personal y comunitaria, el vivir del propio trabajo, el empleo responsable de los bienes a nuestra disposición, la dependencia en el empleo del dinero y de los bienes materiales y la obligación de rendir cuentas”[25].

La actitud fundamental

  1. La pobreza como actitud interior frente a Dios, es principalmente “la aceptación día tras día de no pretender nada de él, ni vida ni salud ni suerte ni éxito; todo lo que somos y tenemos se lo debemos a él”[26]. Si Dios realmente es el centro de la vida, uno toma distancia de cuanto parece indispensable, pero no lo es. La separación y la limitación de los bienes materiales tan sólo se vuelven el aspecto externo[27] de la opción por Dios como único y absoluto bien. La pobreza “…no consiste en la renuncia a lo necesario para la vida” porque “…el ser humano necesita cosas materiales (comida, vestido, vivienda…) y la satisfacción de las necesidades elementales también es una condición para desarrollar los intereses espirituales superiores”[28].
  2. La actitud de limitarse en los bienes en sentido positivo, significa ante todo un estilo de vida simple “que se orienta a lo necesario para la vida y a la adaptación de las tareas que se nos confían; que no se deja llevar por el ansia, tan típica de nuestra sociedad consumista, de poseer y de consumir siempre más y de aspirar a un nivel cada vez más alto de vida; que no se jacta de lo que se posee y que no pretende tener siempre lo mejor, lo más grandioso y lo más elegante, la última novedad del mercado”; en síntesis es “… un estilo de vida modesta que se conforma con lo necesario para vivir y para el propio trabajo y que, en lo que respecta a los medios del apostolado, no confunde su empleo con la fecundidad apostólica. Esto vale tanto para los miembros individuales como para la comunidad como tal”[29]. Por tanto: “La relación de la Sociedad con los bienes temporales no se tiene que determinar por la búsqueda de la mayor acumulación posible de recursos materiales ni de las aspiraciones por aumentar continuamente el nivel de vida de los miembros”[30].

La posesión de bienes patrimoniales personales

  1. Además de limitarse en la posesión de bienes materiales y en el dinero, se llama a todo miembro de la Sociedad que posee bienes patrimoniales personales, a disponer de ellos y a administrarlos “…de acuerdo con los superiores”, según sus normas, o al menos “con una razonable presunción de consentimiento”[31]. Tal acuerdo y los actos jurídicos prescritos por el n. 27 §2 de nuestra Ley, “…tienen por objeto que el miembro se ocupe lo menos posible de asuntos patrimoniales, para estar totalmente a disposición del servicio comunitario”[32].

Nuestra Ley deja plenamente libres a los hermanos la elección de la finalidad o las personas a quienes destinar los útiles y eventualmente el entero patrimonio. Pallotti sugirió poner a disposición de nuestra Sociedad o de sus obras apostólicas los eventuales frutos y, en el testamento, no olvidarse de la Sociedad[33].

El cumplimiento concienzudo del propio trabajo

  1. La pobreza evangélica es incompatible sobre todo con el ocio y la falta de disciplina en el trabajo[34], que, en el designio de Dios, es por lo general el instrumento más importante para adquirir los medios de sustento y para el apostolado (cfr. 2Ts 3, 6ss). Además “una vida perezosa y acomodada sobre gastos de otros, de ningún modo invita ni atrae los contemporáneos”[35].

La ética de nuestro trabajo corresponde al espíritu de pobreza cuando cumplimos no sólo de modo consciente los empeños diarios sino también los que no parecen dar resultados o comportan una pérdida de consideración; este empeño en el trabajo también se vuelve nuestra contribución más significativa y eficaz para crear condiciones económicas y sociales más humanas y justas para todos[36].

 

El servicio a los pobres

  1. La libertad de las cosas materiales es la condición necesaria para ser misericordioso y solidario con ese prójimo que la perversidad de sus semejantes redujo a condiciones precarias[37].

Sin ser pesimistas ni alarmistas ya que tenemos plena esperanza y confianza en Dios, sabemos que lamentablemente siempre habrá formas opresivas de hambre, falta de instrucción y salud, condiciones que engendran los regímenes dictatoriales y los capitalismos salvajes, o formas de esclavitudes interiores como el enriquecimiento ilícito, los vicios, las enfermedades incurables, las prácticas abominables y muchos otras que vuelven la vida de un ser humano realmente miserable.

 

JSMF 1

El don de la pobreza es condición necesaria para vivir la compasión y la misericordia, que son los primeros frutos de la caridad, esencia de nuestra fe y esencia del mismo Dios. Él es ante todo caridad, y por lo tanto también misericordia y pobreza.

“La Iglesia en los últimos años ha dado muchas pruebas de su sincera decisión de querer ser una iglesia pobre y de los pobres. Ha dejado de lado muchas formas exteriores que se desarrollaron en el curso de los siglos y que podían dar una imagen de riqueza y de poder, y se ha dirigido con gran celo a los pobres del mundo y a sus problemas. Se ha hecho voz de quienes no tienen voz[38] y por tanto todos, en particular los consagrados, tienen que seguir trabajando con tesón con quienes están imposibilitados de cambiar su condición con sus solas fuerzas, cualquiera sean los motivos que la hayan producido.

 

Esta opción por los pobres y con los pobres encarna muy bien nuestra promesa de pobreza. No sólo debemos “vivir personalmente una vida de pobreza y empeñarnos con el propio sacrificio en obras caritativas y sociales al servicio de los pobres, sino también hablar sin ningún temor a favor de los pobres y oprimidos y de las víctimas de injusticias, aunque por esa causa haya que sufrir molestias, persecuciones y, no raramente, hasta la muerte”[39].

El empleo responsable de los bienes materiales y la obligación de dar cuenta de ellos

  1. Un modo importante de vivir la pobreza, que concierne la inmensa mayoría de los miembros, es el empleo responsable de los bienes temporales comunitarios a nuestra disposición, entre los cuales el más precioso es el tiempo. Esos bienes son el instrumento apostólico con que la Sociedad realiza su misión, sirve a los pobres y ayuda, según las posibilidades, los otros sujetos apostólicos de la Iglesia[40].

Todos los miembros son corresponsables de la misión de la Sociedad, que no se puede cumplir sin esos medios temporales. Por tanto cada uno de nosotros está obligado a contribuir a su adquisición, conservación y uso apropiado, de acuerdo con los superiores[41].

La pobreza es un testimonio apostólico convincente y eficaz

  1. La pobreza vivida es, además, un notable testimonio que favorece el apostolado: “Una comunidad que se limita espontáneamente en la posesión y en el empleo de los bienes materiales, puede estimular a los demás a reflexionar, preguntar y buscar. Para nosotros [de la SAC] la promesa de pobreza es la expresión de nuestra vocación apostólica. Nos ayuda a cumplir, como auténticos mensajeros de Cristo Apóstol del Padre, nuestra misión con todas las fuerzas y a favor de todos los hombres, en particular de los grupos socialmente abandonados”[42].

V. Conclusiones

  1. La pobreza palotina es imitación libre y atrevida de la pobreza radical de Jesucristo. Empieza con “…una adecuada relación con los bienes poseídos y no poseídos” y consiste “en una libertad interior de frente a ellos, inconciliable con el apego en sentido emocional y la confianza puesta en nuestra discrecionalidad”[43]. Por tanto sólo los consideramos como medio y no fin de nuestros esfuerzos, medios de sustentación y por la realización de nuestras tareas, imponiéndonos de los límites en su posesión y en su empleo y testimoniando así que Dios es el bien supremo por el que merece la pena de renunciar a todo[44].

Esta actitud se extiende a la aceptación radical de la providencia divina (vida, bienes espirituales y materiales, salud, talentos…); al respeto hacia el entorno natural en cuanta criatura de Dios; al conocimiento y a la aceptación de la pobreza existencial de la naturaleza humana (debilidades, pecadas, inseguridades, enfermedades, muerte…); a no basar la realización de sí en el yo, pero en perderse por los otros por amor de Cristo, y por fin a la solidaridad con los pobres de cualquier  tipo y país.

  1. ¿Qué hacer? “Corresponde ante todo a los miembros aplicar estas normas a la misma vida, pero también es responsabilidad de los superiores, que no se pueden eximir del deber, también no agradable, de corregir los abusos de los individuales miembros y las comunidades que contrastan con el espíritu de pobreza y de promover un comportamiento conforme a este espíritu”[45]. Por tanto es importante cuanto prescribe nuestra Ley: “Los miembros individualmente y toda la comunidad se examinarán periódicamente y con seriedad sobre el espíritu de pobreza”[46].

Nosotros, miembros de la Sociedad de la Sociedad del apostolado católico, deberíamos ser educados para la pobreza y en particular, para un mayor sentido de responsabilidad en el empleo del dinero y los bienes materiales, por medio de experiencias concretas en la formación permanente.

  1. La formación es un proceso que concierne la interiorización en el individuo de los valores que llevan a cambios de actitudes y de conductas. Por consiguiente, se prevé, y se espera, que la interiorización de los valores de la pobreza favorezca la conciencia primaria y existencial de la propia total “nulidad” y lo absoluta “dependencia” de Dios, como Job la ha exteriorizado:

Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo allí volveré.

El Dios ha dado, el Dios ha sacado,

¡sea bendecido el nombre del Dios! (Gb 1, 21)

Tal transformación interior de la persona, en el espíritu del “pobre del Dios”, llevará al final a profundos cambios de actitudes y de conductas en la misma vida cotidiana, con un creciente sentido de libertad interior que mana de la alegría de haber descubierto la propia suprema seguridad en Dios solo y en la divina providencia. Entonces nace la libertad de los “pájaros del cielo” y de los “azucenas del campo” (cfr. Mt 6, 26-28); la sencillez de la vida que se manifiesta en vestir, en comer, en divertirse y en el adquirir bienes personales; la generosidad del corazón en compartir los dones de la naturaleza y la gracia con lo próximo, especialmente con los menos privilegiados; y por fin, en el ejercicio de la caridad, la justicia, la moderación y el respeto hacia la creación de Dios en todas Sus manifestaciones.

La formación de los miembros a la pobreza debería ser por lo tanto tal de presentar este valor del evangelio en su pureza original, belleza y profundidad, y al mismo tiempo utilizar los oportunos medios pedagógicos para permitirles integrarla en la vida personal, comunitaria y apostólica.

 

  1. Es útil interrogarse y a menudo examinarse como comunidad, más allá de que personalmente, sobre el seguimiento de Jesucristo pobre, sobre la pobreza de nuestro apostolado y sobre nuestro servicio a los pobres.

Sobre el seguimiento de Cristo, Apóstol pobre del Padre, podemos preguntarnos:

  • ¿Empeñamos todos nuestros talentos para testimoniar el amor de Dios?, ¿Estamos contentos con lo que tenemos o envidiamos a los otros por lo que poseen?
  • ¿En el fracaso y en el sufrimiento reconocemos la invitación de Cristo a conformarnos en Él?
  • ¿Somos capaces de renuncias espontáneas sobre el camino de la libertad evangélica?[47]

Sobre el modo de conducir nuestro apostolado:

  • ¿Constituyen los bienes materiales el contenido de nuestra vida o el medio para el cumplimiento de nuestra misión?
  • ¿Economizamos quizás de modo equivocado, por lo cual, sufre nuestro empeño apostólico?
  • ¿Asistimos a cuántos están necesitados de nuestra ayuda, sin excepciones?
  • ¿Ofendemos a las personas con nuestro comportamiento presumido?[48]

También llamados como palotinos a servir a los pobres, nos interrogamos:

  • ¿Practicamos la justicia social con nuestros empleados y colaboradores?
  • ¿Nos dejamos contagiar por los usuales prejuicios hacia las clases sociales prósperas o marginadas?
  • En nuestro entorno, ¿respetamos la dignidad y los derechos a las minorías étnicas, despertando la sensibilidad en los demás para con de ellas?
  • ¿Ayudamos en lo posible a los miembros de la Unión del Apostolado Católico con mayores dificultades?[49]

 

[A. I. D. G.]

 

 

 

[1] Recuerdos del P. F. Kretz, Provincial de la Provincia alemana del S. Corazón, que preparó el borrador del presente documento.

[2] Ley de la Sociedad del Apostolado Católico (LSAC), Roma, 2001, n. 27.

[3] LSAC, n. 28.

[4] LSAC, n. 226; cfr. también Perfectæ caritatis, Decreto sobre la renovación de la vida religiosa, en Enchiridion Vaticanum, Ediciones Dehoniane, Bolonia, 1976, vol.1, pp. 384- 413: “…teniendo en cuenta las condiciones de los lugares individuales, [los religiosos] traten de dar un testimonio casi colectivo de la pobreza, y de buena gana destinen alguna parte de sus bienes a las otras necesidades de la Iglesia y a la sustentación de los pobres”, 13, 5.

[5] LSAC, n. 26.

[6] Cfr. TUFARIELLO R., “Pobres” en Fichas Bíblicas Pastorales, Ed. Dehoniane, Bolonia, 1972, ficha n. 272.

[7] Ibid., p. 5.

[8] MÜNZ L., SAC, Nuestra pobreza, trad. it., Roma, 1981, p. 3. Cfr. ACTA SAC, X, 271-292.

[9] Cfr. ibid., p. 5.

[10] Respecto a los pobres, sacramento de la presencia de Cristo, ver Vanier J.: Los hizo hombre y mujer, Jaca Book, Milán, 1985, p. 186: “Sólo el evangelio nos revela el verdadero sentido de los pobres, de los débiles y de los que no producen. El mensaje de Jesús es claro: la buena nueva se anuncia a los pobres y es que no están abandonados, los ama el Padre que vela sobre de ellos. (…) Si nos acercamos a ellos con el corazón, nos acercamos a Dios. Ellos despiertan en nosotros lo que de más precioso hay en cada uno de nosotros: nuestra capacidad de amor. Son como una fuerza misteriosa que abre a las personas”.

[11] Cfr. Socha H., SAC, (a cura de) Rechtlicher Kommentar zum Gesetz der Gesellschaft des Katholischen Apostolates (Comentario Jurídico a la Ley de la Sociedad del Apostolado Católico), Roma 2000, nn. 377-437; cfr. FORYCKI R., SAC, (a cura de) Comentario Teológico Espiritual de la Ley de la Sociedad del Apostolado Católico (texto manuscrito), Warszawa, 1994, nn. 25-28.

[12] FORYCKI R., o.c., n. 25, II, 1A.

[13] OOCC II, pp. 4-5.

[14] De las Constituciones de los Frailes Menores Capuchinos, Roma 2002: “Jesucristo, Hijo de Dios, …fue mandado a evangelizar a los pobres. Él, que era rico, se hizo pobre por nosotros y semejante a los hombres, para que a través de su pobreza nosotros nos volviéramos ricos” (n 59/1); “no consideramos de nuestra propiedad los dones de naturaleza y gracia que hemos recibido, sino que nos esforzamos por ponerlos completamente a disposición del pueblo de Dios” (n. 59/6); “La Iglesia reconoce la pobreza voluntaria como signo de seguimiento a Cristo y propone a S. Francisco como imagen profética de la pobreza evangélica” (n. 59/3); “usemos los bienes temporales con gratitud, compartámoslos con los pobres y al mismo tiempo ofrezcamos el testimonio del recto empleo de las cosas a los hombres que ávidamente las desean” (n. 59/7); “A los pobres anunciaremos efectivamente que Dios está con ellos en la medida en que somos partícipes de su condición” (n. 59, 8); “los frailes recuerden que S. Francisco quiso mandar a sus compañeros al mundo, con el ejemplo de los discípulos de Cristo, en pobreza y en plena confianza en Dios Padre, para anunciar la paz por doquier con la vida y con la palabra (n. 179/1).

[15] Cfr. OOCC II, p. 39.

[16] Cfr. OOCC II, p. 38.

[17] “Todos, al entrar en la Congregación depositarán en las manos del Rector todo lo que    tengan consigo: libros, dinero y cualquier objeto, dejándoselos a su cuidado para que provea según la necesidad, y como mejor lo juzgue en el Señor”, OOCC VIII, p. 273; en OOCC III,

  1. 85 precisó: “Quién posee bienes estables, derechos, créditos, los pueden conservar, pero no para administrarlos por sí, sino que tiene que hacerlos administrar por otro; no puede hacer uso de ellos para las propias necesidades de comida o vestido, sea ello necesario o de lujo, porque cada uno tiene que aprovechar de la vida común perfecta y a ella se debe adaptar en todo; puede empero contribuir por motivo de caridad y celo a la Sociedad, para facilitar de ello las empresas evangélicas”.

[18] Cfr. Positio super virtutibus Elisabethae Sanna, 1910, Summ. 301 § 41, GRAPPELLI.

[19] “Hace falta sacarle algo al lujo, al juego, a la diversión y convertir esta detracción en contribución piadosa, de ese modo será un medio de conversión y salvación para sí y para los otros”, OOCC IV, p. 158.

[20] “Quién tiene bienes estables …non puede administrarlos por si…; puede en cambio contribuir …a la Congregación para facilitar sus empresas evangélicas”, OOCC III, p. 85.

[21] “…tiene que hacer uso de ello para obras de caridad y de celo apostólico, y se espera que prefiera (o al menos que no omita) las de la Congregación”, OOCC III, p. 92.

[22] Cfr. AMOROSO F., SAC, S. Vicente Pallotti Romano, Postulación General SAC, Roma, 1962, p. 218.

[23] Cfr. Ibid, pp. 218 y 221.

[24] “Vivid siempre de limosna; mientras conservéis la pobreza, la humildad, la caridad, tendréis todo lo demás”, VACCARI L., Compendio de la vida del Venerable Siervo de Dios Vicente Pallotti, Roma, 1888, p. 109.

[25] MÜNZ L., o.c., p. 6.

[26] SOCHA H., o.c., n. 380; cfr. también FORYCKI, o.c., n .26, II, 2-3

[27] Cfr. SOCHA, o.c., n. 390 nota 14. “La limitación en el uso de los bienes fue una de las   instancias por la reforma posconciliar de nuestras Constituciones, en fin expresamente solicitada por el Derecho Canónico de 1983 en el c. 600 y de la Ley adaptada del Apostolado Católico del 1985 y el 1990”.

[28] FORYCKI R., o.c., n. 25, II, 2, 2-3.

[29] MÜNZ L., o.c., p. 13.

[30] SOCHA H., o.c., n. 1772.

[31] Ibid., n. 396.

[32] Ibid., n. 408.

[33] “…el que puede, entre los Congregantes, debe ser el primer Bienhechor de la Congregación”, OOCC III, p. 91; “…agotadas todas las consideraciones de los lazos de parentesco de parte de los piadosos asociados [,] preferirán la Congregación y sus obras piadosas” OOCC III, p. 92; cfr. también SOCHA H., o.c., nn. 409 y 413.

[34] Cfr. SOCHA H., o.c., nn. 434-437.

[35] Ibid., n. 434.

[36] Cfr. Ibid., nn. 435-437.

[37] Cfr. FORYCKI R., o.c., n. 28, II, 4.

[38] MÜNZ L., o.c., p. 4.

[39] Ibid., p. 7.

[40] Cfr. SOCHA H., o.c., nn. 1772-1773.

[41] Cfr. Ibid., nn. 369 y 1857.

[42] Ibid., n. 384.

[43] FORYCKI R., o.c., n. 25, II, 2B.

[44] Cfr. Ibid., 25, II, 2B.

[45] MÜNZ L., o.c., p. 12.

[46] LSAC, n. 227.

[47] Cfr. SOCHA H., o.c., n. 431.

[48] Cfr. ibid., n. 432.

[49] Cfr. ibid., n. 433; cfr. Forycki R., o.c., n. 28, II, 1B.

 

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