(Renovación SAC 2000 – N°2)
I. El fundamento evangélico de la vida consagrado en la Iglesia
- “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu”[1]. La profesión de los consejos evangélicos hace que en el mundo se vean los rasgos característicos de Jesús casto, pobre y obediente, hace adquirir a ellos una típica y permanente estabilidad y vuelve a llamar sin cesar a los creyentes al reino de Dios ya presente y operante, pero que todavía espera su plenitud y su cumplimiento.
- Jesús invitó a todos a acoger el reino de Dios y a algunos “…a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida”[2]. Al joven rico le dijo: “sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en cielo. Después ven y sígueme”[3], pero el joven, “…al oír estas palabras, se entristeció y se fue afligido”. Desde siempre en la historia de la Iglesia, hombres y mujeres, dejándolo todo, como los apóstoles, para servir a Dios y los hermanos, eligen este seguimiento a Cristo y con los consejos evangélicos llevan su consagración bautismal a la perfección y a la plenitud[4].
Con nuestra consagración decidimos y prometimos imitar a Jesús[1] y a adaptar nuestra vida a la suya, regla fundamental de toda la fundación de S. Vicente Pallotti[2].
II. La obediencia de Jesucristo.
- Jesucristo, Hijo eterno del Padre, venido al mundo, obedeció hasta la muerte de cruz para vencer la desobediencia de la primera pareja humana. En el deseo de ser como Dios, había oído su voz amorosa como una amenaza a la libertad y no había querido acogerla.

En cambio, para ruina de ellos y de todos nosotros, aceptó las falsas promesas de divinización que le ofreció el tentador[3] La obediencia de Jesús resalta sobre el fondo de la primera desobediencia. Tanto la desobediencia como la obediencia están en relación con el amor. Cada pecado nuestro es siempre una falta de amor que se puede superar y destruir sólo con el amor, pero es también un abuso de libertad, una negación, un rechazo, un cerrarse conscientemente al amor y a la comunión con Dios, o romper la existente.
3. Dios quiere entrar en comunión con la creatura inteligente y libre, proponiéndose como compañero de comunión y de alianza. Ella a su vez, puede acogerlo o rechazarlo y, dado que Dios es amor por esencia, todas sus acciones y sus iniciativas nacen del amor y todas sus invitaciones, propuestas y órdenes se orientan al bien del ser humano, pero eso no se realiza si la creatura no recibe y acepta amorosamente la voluntad de Dios. Ésta es la obediencia de Cristo y de sus hermanos cristianos.
4. El ser humano está creado para escuchar y acoger a alguien y, si no oye la voz de Dios, termina por hacer caso a falsos ídolos. La obediencia a Dios no amenaza la libertad humana; en cambio la desobediencia, erradamente considerada como camino de libertad y autonomía, provoca esclavitud y muerte. Las consecuencias para la primera pareja fueron la ruptura de la comunión original, la vergüenza de la desnudez, el miedo, la pobreza y la muerte.
5. Jesucristo, aun siendo Dios, no quiso presentarse como tal, sino que asumió la condición de siervo y obedeció al Padre celestial hasta la muerte de cruz (Cfr. Fil 2, 6ss) “…no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquél que me envió… esta es la voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 38-40). La obediencia de Jesucristo constituyó su apostolado[4].
6. Además, Jesucristo obedeció al Padre estando sometido a María, a José (ver Lc 2, 51) y sobre todo a la palabra de Dios (ver Lc 4, 21 y 24, 27.46). Cuando lo condenaron por haberse proclamado Hijo de Dios (ver Jn 19, 7), en la cruz testimonió una obediencia filial extrema: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).
7. Como signo de complacencia por la obediencia, el Padre resucitó y glorificó al Hijo y lo constituyó primogénito de la nueva creación, señor de todo y fuente de vida eterna para cuantos aceptan entrar en comunión con él. La obediencia de Cristo se convirtió, así, en fuente de vida eterna para quienes está dispuestos a hacer, como él, la voluntad de Dios[5].
8. En la historia de Cristo, la obediencia es la disponibilidad de sí mismo a Dios; nace de la certeza de ser amados por él y de la alegría de poder ofrecerse. En la base de la obediencia está, por tanto, la certeza del amor sin límites de Dios, la alegría de colaborar con él y de darle mínimamente lo que se recibió, tanto más profunda y plena cuanto más se es consciente de ese amor y de la debilidad de nuestro intelecto y nuestra voluntad.
III. La obediencia de los seguidores de Cristo.
- Para edificar la comunidad cristiana, Jesús primero llamó algunos hombres para vivir con él en amistad y después los envió al mundo a continuar su misión salvífica como testigos[6], de modo que el ser y la realización de la comunidad cristiana están bajo el signo de la obediencia. Todos, como hijos adoptivos del Padre celestial y hermanos más pequeños de Jesús[7], están llamados a seguirlo e imitarlo en su obediencia hasta la muerte en cruz.
- Fortalecidos por el Espíritu Santo, los discípulos de Cristo llevaron a término el mandato misionero, siempre bajo el signo de la obediencia en lo que debían hacer y en el modo de hacerlo y también ellos dieron testimonio de Cristo hasta la muerte. La evangelización del mundo y la práctica de la caridad, signo distintivo de los seguidores de Cristo[8], se incluyen en el horizonte de la obediencia al mandato de Cristo[9].

Con el ejemplo de Jesús y con la ayuda del Espíritu Santo, los discípulos cumplieron efectivamente la voluntad del Padre celestial y acompañaron la misión salvífica de Cristo con la obediencia, la alegría, la generosidad y la audacia y, cuando los quisieron obligar a dejar de anunciar a Jesucristo, prefirieron “…obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). El martirio fue la mayor manifestación de su obediencia a él.
- La Iglesia siguió y sigue realizando la voluntad salvífica del Padre celestial, y la misión de Cristo en la obediencia. persevera en la doctrina de los Apóstoles, reconoce la autoridad de Pedro y de los Apóstoles y, en momentos de duda e incertidumbre, se dedica a discernir la voluntad de Dios[10] y, porque la reconocieron, la escucharon y la acogieron a través de varias mediaciones, los cristianos fueron bendecidos y son bendición para el mundo. Por otra parte, toda obediencia está en función de la vida y de la bendición, como se pone de relieve en la vocación y la obediencia de Abraham, de los profetas, de María y de los discípulos de Cristo. Es por eso que en la práctica de la obediencia, los cristianos se pueden referir a ellos y a tantos hermanos, uno de los cuales es S. Vicente Pallotti.
IV. La obediencia de S. Vicente Pallotti.
- La virtud de la obediencia ocupó un lugar especial en la vida y en la enseñanza de S. Vicente Pallotti. Desde el comienzo se sintió profundamente impresionado por el “Jesús obediente”.
Por sus notas personales sabemos que ya en 1816 hizo un voto privado de obedecer siempre a su confesor[11]. Habiendo puesto a la cabeza del trazado de su camino espiritual la convicción de que “su capital enemigo fuese la mínima inclinación a lo que no era un despojo total del intelecto y de voluntad”[12], buscaba la seguridad de lo que Dios quería de él y sólo el mérito de la obediencia se lo habría podido indicar. Por eso se encomendó al confesor, dado que “…no todo lo que pienso y conozco –decía– es voluntad de Dios, sino aquello que se me manifiesta por medio de la santa obediencia”[13]. Por eso, en su fuerte y profunda convicción de fe, consideró que el confesor le ordenaba justamente lo que Dios le habría pedido si hubiese venido a hablarle personal y visiblemente. Para Pallotti, escuchar al confesor era escuchar verdaderamente a Dios[14].
- Él no quería obedecer solamente al confesor sino “a todos los superiores… y obedecer prontamente con exactitud, alegría y simplicidad”[15] y, también con la misma prontitud, exactitud, alegría y simplicidad, “a todos los que me piden o me ordenan algo, sean ellos grandes, pequeños, nobles, plebeyos, superiores o inferiores, aun los que están bajo mi cuidado, siempre en lo que puedo prudentemente obedecer y que no están en contra del consejo y la orden del director espiritual”[16].
- Considerando que no todos los requerimientos o las órdenes se pueden y se deben aceptar y seguir, podemos constatar que la obediencia de Pallotti es clara y segura. Es una obediencia iluminada por la luz de la fe, de modo que aunque se dé a personas superiores o inferiores no se da a ellos, sino a Dios[17].
- Para Vicente Pallotti, “la obediencia es una virtud por la cual, con nuestro intelecto y nuestra voluntad y con nuestra obra, nos sometemos a un hombre que hace las veces de Dios”[18], una sumisión a la voluntad de Dios manifiesta a través de los legítimos superiores.
Con esta convicción, la primera intención y la mayor preocupación de los superiores debe ser la de descubrir y discernir concretamente la voluntad de Dios respecto a la comunidad y sus integrantes; por eso, su interrogante debe ser “¿qué quiere Dios de esta comunidad mía?” y para eso, ellos pueden y deben ser ayudados.
- ¿Cómo entendía Pallotti que se debía obedecer? Desde 1816 quería que su obediencia fuera “verdadera, dispuesta y alegre”[19] y, reconociendo en el retiro de 1826, que toda su vida era una continua desobediencia, quiso que su obediencia fuera la de Cristo[20].
V. La obediencia de los discípulos de Vicente Pallotti.
- Escribiendo a los miembros de su fundación, Pallotti le da un realce especial a la virtud de la obediencia. Al redactar la legislación de la Unión y de la Sociedad del Apostolado Católico, presentó por encima de todo a Jesucristo como modelo de perfecta obediencia[21].
- Pallotti señala otro modelo y otra motivación para la obediencia en el misterio de la Epifanía. Como los Magos obedecieron a la estrella para seguir la llamada del Mesías nacido, sin cuidarse de los peligros y riesgos del camino[22], y a la indicación en sueños para volver a su país por otro camino, también nosotros estamos llamados a confiar en Dios y vivir todos los días según el evangelio[23].
- Pallotti consideró además la obediencia cristiana y religiosa en función de la misión de Jesucristo y de la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. Todos los miembros de la Unión del Apostolado Católico habrían tenido que ser perfectos en la virtud de la obediencia y en la sumisión a todas las órdenes de los superiores, de modo que sus vidas se pudieran llamar y ser realmente de perfecta obediencia. Él afirmó simplemente que la obediencia era la virtud principal y que habría de ser objeto de todas las oraciones de los pertenecientes a la Unión[24].
- La obediencia palotina tenía que ser, antes que nada, eclesial, es decir: obediencia a la Iglesia. La Pía Unión y la Sociedad fueron para él “…instituidas bajo la absoluta e inmediata dependencia del Sumo Pontífice… para que disponga de una y otra para todas las necesidades de la Santa Iglesia y a su beneplácito”[25]. Por eso, toda la Unión se atiene a un “profundo respeto de pronta obediencia y religiosa veneración al Sumo Pontífice que Jesús constituyó como supremo evangelizador[26] católico en todo el mundo y que tiene el primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia Católica y, en proporción…, al Sagrado Colegio y a los obispos, que son los evangelizadores católicos de sus diócesis”[27]. También sus obras apostólicas habrían debido tener en cuenta las exigencias de los obispos y, en lo posible, de toda la Iglesia universal[28].
- Para la obediencia que todos los miembros de su fundación debían practicar, Pallotti enumeró y explicitó nueve características:
- Cristiana y religiosa, es decir, que hay que obedecer en espíritu de fe, de esperanza y de caridad, creyendo firmemente obedecer a Dios, amarlo y respetarlo en la persona de los superiores y de aquellos a quienes debemos obediencia por orden de estos superiores, con la confianza de obtener por todas estas acciones el más alto premio de Dios[29].
- Universal, obedecer a todos los superiores sean iguales o inferiores, en todo lo que ordenan en todo tiempo y lugar[30].
- Indiferente, que esté depuesta a aceptar cualquier orden de cualquier superior y de quien sea que manda por orden de ellos[31].
- Exacta y completa, sin omitir nada de lo que se cree sea la voluntad del Señor, sin hacer nada ni más ni menos, y no hacer sólo la parte agradable[32].
- Pronta, que todos tenemos que practicar una obediencia inmediata, sin atrasos o indecisiones[33].
- Ciega, comprobado que la orden no esté evidentemente contra los mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia, renunciar a examinar si es bueno o malo[34].
- Simple, seguir la orden sin pensar por qué se haya ordenado y sin reflexionar mucho sobre cómo seguirla, confiando en la gracia de Dios, solo con la cual podemos hacerlo todo[35].
- Humilde y respetuosa, tener presente que estamos obedeciendo a Dios y por eso, cada vez que recibimos una orden, no importa cuál, nos tenemos que considerar felices y también indignos de que Dios piense en nosotros y cuente con nosotros para hacer algo por su amor[36].
- Cordial y afectuosa, o sea que todos tenemos que aceptar con alegría lo que se nos manda, escucharlo con todo el afecto del corazón, con plena e íntima persuasión en conformidad, considerándola, cualquiera sea la orden, como venida del Paraíso[37].
- Después de las características cualitativas de la obediencia de los miembros de la Unión, Vicente Pallotti hizo algunas consideraciones muy importantes sobre el ejercicio de la autoridad de parte de los superiores y sobre el modo de suscitar la obediencia de las personas que se les confió. Los rectores no se deben considerar señores y patrones, sino ser los primeros servidores de la comunidad, a imitación de Jesucristo que declaró explícitamente no haber venido para ser servido, sino para servir (Mt 20, 28). No deben, por tanto, tratar a los miembros de la comunidad como el patrón trataba a los esclavos, sino como el último de los servidores trata a su señor[38].
- Además son muy importantes las reflexiones de Pallotti sobre el modo de obedecer de los miembros. “Para que los súbditos no falten a la caridad, …debe reconocer y respetar a Dios en su jefe, director, Regulador o Rector, de quien hace las veces; por eso, cada uno debe estar animado del más perfecto espíritu de respeto, dependencia y obediencia”. El modelo es siempre Jesús obediente[39].
VI. La obediencia de los miembros de la Sociedad del Apostolado Católico.
- Al escribir la regla de vida de la Congregación de los presbíteros y hermanos del Apostolado Católico, hoy Sociedad del Apostolado Católico, Pallotti dedicó un amplio capítulo a la virtud de la obediencia, que no difiere casi en nada de lo que escribió para toda la fundación[40].
Además del desafío para todos los miembros de la Sociedad del Apostolado Católico sin excepción[41], de imitar el ejemplo perfecto de Jesucristo, Vicente Pallotti consideró esa virtud, junto a la perseverancia, la fuerza coagulante de los que, sin votos, se propusieran el apostolado de Jesucristo[42] como ideal y quisieran vivir en la Sociedad para cumplir la misión de la Iglesia[43].
25. Pallotti, por todo esto, consideró la obediencia como base para la vida comunitaria y para el apostolado, dándole un fundamento teológico, comunitario y apostólico. Sin obediencia la comunidad no sobrevive; le falta consistencia y cohesión, se torna incapaz de cumplir la misión específica de la Iglesia. Toda falta contra la obediencia es una agresión contra la naturaleza y el carisma de la comunidad, que se debilita y empobrece. Aquí cuenta la enseñanza de Vicente Pallotti, maestro de obediencia: “…la razón y la experiencia demuestran que ordinariamente, el bien que se hacer en forma aislada, es escaso, incierto y de poca duración, y que los esfuerzos más generosos de los individuos no pueden lograr nada grande aún en el orden moral y religioso, si no en cuantos están reunidos y ordenados a un objetivo común”[44].

- En el evangelio hay un acontecimiento misterioso que recoge “…en una visión de conjunto los rasgos esenciales” de esta vocación especial: la transfiguración. “A este icono de Cristo transfigurado se refiere toda una tradición cuando vincula la vida contemplativa y la vida activa a la oración de Jesús sobre el monte”[5] porque manifestó al mismo tiempo la humanidad renovada de Cristo en la vida luminosa de la Trinidad, la llamada del Padre a escuchar al hijo predilecto y a poner en él toda confianza hasta a hacer de ello el centro de la existencia. También el ascenso y descenso del monte significan la aceptación del cansancio cotidiano y la vuelta a “…emprender con valor el camino de la cruz”[6]. La Transfiguración es una iniciativa vocacional del Padre, configurada sobre el modelo de Jesús y acompañada por el don del Espíritu Santo. El Padre, creador y dador de todo bien, confirmando el amor recíproco entre sí y el Hijo e, invitando a consagrarse sobre sus huellas con la fuerza del Espíritu Santo, revela que en los consejos evangélicos se refleja la vida trinitaria[7]. El consagrado, aceptándolos, se compromete a reproducir en sí, dentro de lo posible “…la forma de vida que el Hijo de Dios asumió cuando vino al mundo”[8]. Con la castidad consagrada se experimenta y se testimonia el amor del corazón íntegro de Jesús; con la pobreza se confiesa que todo se recibe del Padre y a él todo se devuelve en el amor; la obediencia es vivir como Jesús, que se ha complacido de la voluntad del Padre hasta a hacer de ello la comida cotidiana[9].
- La consagración en S. Vicente Pallotti
- Darse totalmente a Dios. Éste era ciertamente el pensamiento de s. Vicente Pallotti cuando en el 1847, en la fórmula de consagración para el P. Enrico Ghirelli le hizo decir: “… entrego, dono y ofrezco todo mi ser y todas mis cosas a Dios omnipotente”[10]. Vicente Pallotti reveló el fundamento de esta consagración ya en 1816, cuando empezó a escribir su diario[11]. Fue su respuesta natural al tomar conciencia de que nadie le dona a Dios nada de lo suyo sino que tan sólo valora de la mejor manera lo que él mismo nos ha dado; escribió, en efecto: “¿permitís que os pregunte, Señor, quién o qué cosa habéis querido que yo fuera delante de vos? …quien habría nunca podido imaginar que un Dios eterno, infinito, … que no necesita del hombre,… haya querido crear nuestra alma a su imagen y a semejanza… una sustancia espiritual, que se distinguiera por ser viva y verdadera imagen de todo Él mismo! ¡ah inefable invención del Amor Infinito! ¡…Oh amor ultrajado por mí! …que desde este momento, para siempre, empiece yo a conocer el Amor Infinito, y viva en la más perfecta correspondencia a los designios inefables de mi Creador”[12]. El primer sentimiento del hombre, entonces, debería ser el de una viva amargura por el tiempo vivido en la inconsciencia de la verdad de su ser. Vivió y actuó por muchos años como dueño de su ser y de sus cosas, mientras no lo era de ningún modo.
- A esta toma de conciencia del amor inefable e infinito de Dios, nunca adecuadamente correspondido, la consagración es la justa respuesta o la retribución: “¡no me daré paz hasta que no haya alcanzado un amor infinitamente perfecto hacia Dios, hacia Jesucristo, mi más que amado Esposo, y hacia mi más que dulce madre María! … ¡yo muero porque no amo! ¡soy un gran miserable!”[13] y por una justa exaltación infinita de Dios, promovida “por infinitas criaturas, por infinitas eternidades” se declara dispuesto también a renunciar a la visión beatífica y a “… permanecer siempre en el estado de viandante en el puro padecer, sin llegar nunca a la visión intuitiva de Vos mismo en la visión de la gloria”[14].
- Para la Unión del Apostolado Católico, en 1835, sugirió esta fórmula de consagración: “…así como Vos os habéis consagrado todo a nosotros, también nosotros tenemos que donarnos completamente a Vos … confieso que me siento obligado a consagraros todo mi mismo ser y todas mi cosas…, y estoy decidido a hacerlo, aunque tuviera que morir, como Vos habéis muerto por nosotros sobre el altar de la cruz”[15]. Esta consagración–donación, que mana del amor de Dios, es la fuerza de lo ascético pallottiano, que, “…no consiste sólo en ideas pero en la práctica constante de una vida santa”[16], sino que es la fuente del apostolado eficaz y universal[17]. Ella hace no sólo posible la santificación sino también la felicidad temporal personal y comunitaria, debido a que todos los evangelizadores difunden la fuerza avasalladora del evangelio que, reordenando la existencia entera, también aporta la tranquilidad social[18].
- En 1846, cuando los sacerdotes y los hermanos de la Unión Apostolado Católico se convirtieron en una Sociedad de vida común, se presentó el dilema de los votos. Como la Unión nació en nombre de la exención de cualquier voto o juramento[19], también para pertenecer a la Sociedad Pallotti sólo pidió un contrato, que incluyera una única oblación a ella, a la Iglesia y a Dios: “… sacerdotes, clérigos y hermanos coadjutores…no tengan el vínculo de los S.S. votos solemnes…, sino que después del noviciado hacen el acto formal de la consagración no por unión de voto, sino por vínculo de un solemne contrato”[20]. Dios se lo hizo entender en el convento de S. Francesco ai Monti en octubre de 1846 y él entonó el Te Deum[21]. ¡Quizás porque tuvo bajo los ojos la angustia de religiosos que ya no toleraban el vínculo de sus votos; pero eran irrevocables!.
- Sin embargo, la elección de no atar a los miembros con votos no quiso ser una discriminación del compromiso espiritual; debió, más bien, aumentar el deseo de una vida interior y una ascética superior a la de los mismos votos[22]. Debían “…imitar la Santa Familia de la casa de Nazaret en la perseverancia… del amor de Dios, que es fuerte como la muerte, fortis ut mors dilectio”[23]. La renuncia a los votos debía ser triunfo del amor de Dios, hecho vida del alma y salvaguardia del vigor apostólico de la comunidad, para evitar la influencia negativa de quien hubiera entrado por equivocación o hubiera perdido la motivación inicial de aquel amor de Dios que se la había dado[24]. Quiso que la aspiración de los suyos fuese glorificar a Dios a través de sí mismos y de las muchas cosas que Él donó y hacerlo glorificar más y más infinitamente por infinitas criaturas por infinitas eternidades.
- El Santo fundador, no habiendo querido incluso imponer el vínculo de los votos, sintió la necesidad de añadir a la solemne consagración a Dios un preciso compromiso de perseverancia, para que la Sociedad tuviera un adecuado título de cohesión interior y estabilidad de sus obras[25].
Al mismo tiempo, siempre en 1847, para una unidad más compacta de los miembros entre sí y para una mayor disponibilidad a conducir las almas a Cristo, pidió sus otras dos promesas o compromisos: la de la vida común perfecta y la de no aceptar ninguna dignidad eclesiástica sin la autorización del propio superior[26], que después fueron denominadas más felizmente como vida en comunión de bienes y en espíritu de servicio.
Ambas promesas tienen una particular relevancia e incidencia sobre la actividad y eficacia apostólica de la Sociedad; están precisamente para garantizar que el Apostolado Católico sea realmente el apostolado de Jesucristo y sea realmente universal.
La promesa de vida común perfecta, en efecto, tiene la función de darles a los miembros de la Sociedad un solo organismo, firme, robusto, compacto, armonioso, sin discontinuidad ni desigualdades, sin privilegios personales que defender y con el único objetivo común de promover la mayor gloria de Dios y la mayor santificación del prójimo, para corresponder “…a la sublime vocación con el ejemplo de Jesucristo”[27]. La vida común perfecta tiene además un peso apostólico inmenso, ya que cada individuo de la Sociedad habla y actúa con la autoridad y la fuerza de todos los hermanos, quienes comparten su vida y santidad; es evidente que cuánto más compacta es una comunidad, tanto más ciertos y duraderos son los resultados apostólicos.
Igual, si no mayor, es el impacto del espíritu de servicio sobre la eficacia del apostolado. La fórmula originaria se limitó a pedirles a los sacerdotes no ambicionar dignidades eclesiásticas; el espíritu de servicio tiene la ventaja de implicar también a los hermanos y les pide a todos desarraigar, al nacer, todo germen de orgullo y deseo de preeminencia.
El espíritu de servicio es el espíritu del verdadero apóstol y debería ser la bandera del Apostolado Católico. El hijo de Dios, para hacerse Salvador del mundo, se despojó de su divinidad, “… asumiendo la condición de siervo”[28] y el apóstol Pablo dice de sí: “me he hecho siervo de todo para ganar el mayor número”[29] y además: “somos servidores vuestros por amor a Jesús”[30].
El Fundador recordó expresamente que Jesucristo se hizo modelo de una vida humilde, pobre, laboriosa y despreciada y declaró no haber venido para ser servido, sino para servir[31].
- La fórmula de nuestra consagración.
- En 1846 el Fundador escribió la fórmula de consagración por los miembros de su Sociedad de Sacerdotes y Hermanos[32].
El objetivo asignado a cada candidato por toda su vida es la mayor gloria de Dios y la mayor santificación de la propia alma y la del próximo[33].
El objeto de la consagración es la persona todo entera con todas sus cosas[34].
La acción de los tres verbos, entrego, dono y ofrezco[35] indica el valor del don hecho a Dios y aquel del cuarto verbo, resuelvo de siempre seguir a nuestro Señor libre y conscientemente, sin excepciones, al Señor Jesucristo[36].
Esta primera parte de la consagración reúne dos deseos y dos compromisos: consagrarse totalmente a Dios y hacer que en la propia persona reviva Jesucristo.
- En cambio la segunda parte describe los compromisos concretos y jurídicos pero hay un “por eso” que se inserta en la primera parte como fruto de la entrega a Dios y de la imitación de Jesucristo. Quiere decir que los compromisos jurídicos se arraigan y crecen sobre la profundidad del amor y el progreso espiritual[37]. Las promesas son pues el fiel reflejo del amor y la adhesión a Jesucristo mientras la fidelidad a la regla es la medida de la profundidad, de la seriedad y de la intensa entrega a él. Cuanto más aumenta la fidelidad, tanto más se desarrolla en los miembros la amplitud apostólica de las promesas. Mientras aquel amor, aquella entrega de sí y aquella adhesión nos iluminan y nos sustentan, permanecemos con alegría en la Sociedad. Aquí está la autenticidad y la originalidad de la gran ascética pallottiana.
- Los desafíos.
- Para la Sociedad contemporánea, inmersa únicamente en el gozo y en la ignorancia de Dios y cada vez más tendida a la globalización, los consejos evangélicos no enriquecen sino que empobrecen a la persona; son una renuncia a valores y derechos auténticamente humanos, cuales el tener una familia propia, poseer y contar con bienes materiales y por fin decidir autónomamente sobre sí en las opciones que exige la vida. Consagrarse hoy es, para muchos, un alienarse de los hechos humanos, sugerido o del miedo de los múltiples y no siempre fáciles desafíos cotidianos o del deseo de adquirir poco pero seguros y egoístas certezas.
En el contexto de la fe, los consejos evangélicos y la consagración no son una fuga del mundo y de sus problemas sino un hacer propio el estilo de amar de Jesús. Ellos, presentando a Dios como bien absoluto, purifican, transfiguran y relativizan correctamente valores y exigencias connaturales a la persona humana y se los predisponen para la eternidad[38].
Para la exhortación apostólica “Vita Consecrata” las dificultades actuales, que no pocos Institutos encuentran en algunas regiones del mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho de que la profesión de los consejos evangélicos sea parte integrante de la vida de la Iglesia. Podrán cambiar los modos y las formas, pero la Iglesia tiene la certeza de que “…no cambiará la sustancia de una opción que se expresa en el radicalismo del don de sí por amor del Señor Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana”[39]. La Iglesia es consciente que hoy la castidad consagrada, la pobreza evangélica a servicio de los pobres y la libertad en la obediencia son tres grandes desafíos que afrontar.
- La sexualidad, desvinculada por la cultura hedonística de cada norma moral objetiva y a menudo reducida a juego y a consumo, cuando se consagra y se vive con alegría, testimonia en cambio “… equilibrio, dominio de si, iniciativa, madurez psíquica y afectiva” y que “…la fuerza amor de Dios puede obrar grandes cosas precisamente en las vicisitudes del amor humano”[40].
- Elegir la pobreza es contraponerse a un mundo materialista y ávido de posesión, que olvida los millones de hombres que sufren hambre y no respeta los recursos naturales. Hoy a la pobreza evangélica —ya en sí misma un valor porque “…testimonia a Dios como verdadera riqueza del corazón humano”— también se le pide un testimonio personal y comunitario “…de abnegación y sobriedad, en un estilo de vida fraterna inspirado en criterios de sencillez y hospitalidad”[41], compartiendo y queriendo de preferencia la condición de los pobres. Así la pobreza también evidencia las estructuras opresivas y promueve la participación a las iniciativas a favor de los pobres.
- La obediencia se propone de unir el auténtico valor de la libertad a la verdad y a la norma moral y de demostrar que entre ellos no hay contradicción, según lo que sucedió con Jesús; su libertad volvió total cuando se ha identificado con la voluntad del Padre.
La obediencia plantea una relación de filiación, que desea asumir la voluntad paterna como alimento cotidiano (cf. Jn 4, 34), como su roca, su alegría, su escudo y baluarte (cf. Sal 1817, 3)[42]. La vida comunitaria, en la diversidad de los dones y en el respeto de las individualidades, ayuda a discernirla y acogerla, la acompaña la caridad, las unifica en la misma misión, después de haberlo hecho en la mente y en el corazón de cada uno[43].
- También las promesas de la perseverancia, de la comunión de los bienes y el espíritu de servicio, típicamente constitutivas de la comunidad SAC, no están exentas de crisis.
La perseverancia es considerada a veces un compromiso a término, asumido no con Dios sino con una institución humana y que cesa cuando las circunstancias cambian o no aparecen más como favorables. Sin embargo, la experiencia enseña que sólo ella permite la realización de los ideales y de los mejores valores humanos.
- Se considera la comunión de los bienes, en el doble aspecto “de la hermandad y del llevar vida común”[44], como un “…obstáculo para el apostolado” o como un mero “instrumento funcional”[45] de éste. Hoy está amenazada particularmente del individualismo; se quiere una realización sin proyectos comunitarios o contra ellos, de modo que no es la persona que está al servicio de la comunidad sino que la comunidad está en dependencia de la persona. Se quiere vivir y se vive aislado materialmente y sin ninguna unión con los hermanos[46]. ¡Sin embargo el modelo y la fuente de toda forma de vida cristiana es Dios, trinidad de comunión!
- Contra el espíritu de servicio, la Sociedad secularizada ve el trabajo como el “simple ejercicio de un oficio o de una profesión”[47], que se administra exclusivamente con criterios de carrera, de poder, de comodidades y de honras, y no con los de una misión evangélica. Jesús, en cambio, con el lavapiés, ha revelado que el sentido de la vida cristiana, y a mayor razón el de la vida consagrada, es el amor oblativo, de servicio concreto y generoso[48].
- Indicaciones para la renovación.
- La tarea de los consagrados es mantener el entusiasmo de la primera entrega, por el esfuerzo de la cotidiana correspondencia en la progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre, siempre teniendo delante de los ojos la renuncia a todo por la elección de Cristo.
- Vicente Pallotti lo hizo por dos motivos: ¡Dios, “…solo y todo”, y él nada, “…peor que la nada, infinitamente inferior a la pura nada”[49]!
El testimonió y enseñó que la motivación primaria de nuestra fidelidad a las promesas es que persevere en nosotros del vínculo del amor de Dios, según el modelo de los integrantes de la familia de Nazaret, y de la comparación continua entre su infinita generosidad y nuestras ingratitudes.
En 1849, poco antes de morir, en uno de esos gestos tan familiares en él, como si fuese un testamento, escribió: “tenemos que esforzarnos siempre a tender a lo más perfecto, para que nuestra vida siempre sea más semejante a la de nuestro hermano primogénito, Jesucristo”[50]. Antes, sobre el sentido de responsabilidad de los adherentes a las comunidades de la Unión, se había expresado así: “si todo los cristianos tienen que imitar a N. S. Jesucristo, cuánto más … los que de alguna manera quieren cooperar con la continuación de la misión de Cristo… y vivir en los Santos Retiros de la Pía Unión”[51].
Esta ascética está en total conflicto con el mundo en que vivimos, pero el mismo evangelio, cuando Jesús lo anunció, no estuvo en un conflicto menor, y él lo anunció y lo vivió; tampoco fue menor el conflicto en que lo vivieron los Apóstoles, y el evangelio continuó su camino. No es el conflicto lo que frena al evangelio sino el no vivirlo quien lo anuncia: “la derrota de la vida consagrada no está en la decadencia numérica sino en la falta de adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión.” Por eso, la Iglesia nos exhorta a afrontar las situaciones de escasez con la serenidad que se le solicita a cada uno “…no tanto el éxito, cuánto el compromiso de la fidelidad.” Todas las dificultades no pueden hacer perder la confianza en la fuerza evangélica de la consagración y en la capacidad de distinguir siempre el hecho histórico de la misión profética y eclesial, porque “…las primeras, pueden cambiar con el mudar de las situaciones, la segunda no puede faltar”[52].
- Los signos de la voluntad de Dios y el modo de responderle adecuadamente según nuestro carisma se aprenden cada día.
Ante todo, hay que alimentar el aspecto interior de la consagración con una elecciones operativas, que evidencien y presenten al consagrado, a la luz del espíritu y en plena comunión de amor y servicio a la Iglesia, los varios aspectos del único misterio de Cristo[53].
Para la integración armónica de la persona y para la disponibilidad en cada fase de la vida, la espiritualidad se tiene que asociar con la formación personal, comunitaria y apostólica en la así llamada fase del hábito, de la edad madura y, particularmente, de la edad avanzada, en la que emerge “…el momento de unirse a la hora suprema de la pasión y de la muerte del Señor”[54]. Para contestar a las iluminaciones del Espíritu Santo precioso está en algunos momentos el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual[55].
- Hay muchos otros medios que la sabiduría de la Iglesia de Cristo y la tradición ponen a disposición.
La palabra de Dios es una agua que apaga la sed de toda espiritualidad, cuando se vive en una relación personal, profundizada y actualizada por la lectio divina.
La celebración eucarística sigue siendo el corazón de la vida consagrada personal y comunitaria, no sólo de la vida eclesial. El consagrado, llamado “…a elegir a Cristo como único sentido de su vida, ¿cómo podría no desear establecer …con él una comunión cada vez más profunda a través de la participación diaria …en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota?”[56].
En íntima relación está la liturgia de las horas que, junto la oración personal y comunitaria, crea un instinto sobrenatural de defensa contra la invasora mentalidad del mundo[57].
El sacramento de la reconciliación, encuentro de nuestras debilidades con la misericordia y el perdón de Dios, “…en el camino compartido con los hermanos y las hermanas, hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una creciente fidelidad”[58].
Hay que continuar la reflexión sobre nuestra promesa de comunión de bienes, en particular sobre la vida fraterna como don de Dios, que “…se contempla y acoge con corazón agradecido en una límpida dimensión de fe”[59]. Se puede vivir como hermanos en nombre del amor de Cristo solo en un verdadero camino de liberación interior, que también llegan a asumir las debilidades, los problemas y las dificultades. Es una ilusión que todo tenga que venir de los otros. Es indispensable sentirse responsable, en primera persona, del crecimiento recíproco, capaz de ayudar y ser ayudado, de reemplazar y ser reemplazado, de ser, en fin, constructores de la comunidad y no sólo sus usuarios[60]. El desafío es enorme: “toda la fecundidad de la vida consagrada depende de la calidad de la vida fraterna en común”[61] 61.
- La Virgen María, para nosotros Reina de los Apóstoles, modelo espiritual y apostólico de todo miembro de la unión, nos ayude a recorrer “…con ella los misterios del Hijo, particularmente con el rezo del santo rosario”[62], para reforzar nuestra consagración y enfrentar los múltiples obstáculos cotidianos.
[A.I.D.G.]
[1] Vita Consecrata (VC), Exhortación Apostólica Postsinodal de Juan Pablo II, Roma, 1996, n. 1.
[2] Ibid.., 14; Para la vida consagrada como vocación especial cf. también 39 y 76.
[3] Mc 10, 21.
[4] También entre los judíos hubo algo parecido a nuestra vida consagrada comunitaria. Los esenios dedicaban un tercio de la noche a la meditación de las escrituras; más aún: la comunidad de los terapeutas dedicaba la mayor parte del día a la palabra de Dios: “…el espacio que transcurre entre la mañana y la tarde para ellos es una ascesis: leen las sagradas escrituras” (cf. Cremaschi L. [a cura de]: “Dichos inéditos de los padres del desierto”, Magnano [VC], ed. QiQajon, 1986, 22-23. Por una relación y una eventual dependencia de la monástica cristiana de la hebrea Cf. Ibid.., 39.
[5] VC 14, En particular la nota al n.25.
[6] Ibidem.
[7] Ibid.., Cf. nn.14-22, donde la Transfiguración es tomada como icono de todo tipo de vida consagrada.
[8] LG, 44.
[9] VC, 16.
[10] OOCC IX, 393. el texto original está en lengua latina: “… me totum et omnia mea eidem Omnipotenti Deo trado, dono, et offero”
[11] OOCC X, 66: “Dios, sólo, sólo, sólo, sólo, sólo, sólo, sólo, sólo, infinitamente sólo, Dios mío sólo.” cf. también ibid., 89 y 131.
[12] Ibid.., 482-483.
[13] Ibid.., 101-102; el texto original está en latín. cf. también OOCC XIII, 97.
[14] OOCC III, 33.
[15] Ibid.., 217-218; Los mismos contenidos vuelven en otra oración, cf. OOCC II, 303-304 en la nota.
[16] OOCC II, 4.
[17] OOCC VII, 63-64.
[18] S. Vicente pidió una preparación meticulosa y una celebración solemne por la institución de una nueva Procura Provincial, diocesana o urbana: “si alguno pensara que un tal aparato… fuese demasiado grande o poco necesario, piense que … la institución de la Procura concierne un objeto sumo y del máximo interés para el hombre, por ser para la mayor gloria de Dios, la santificación de las almas y también el modo de procurar a la población la posible felicidad temporal.” cf. OOCC LOS, 90-93.
[19] OOCC IV, 160.
[20] OOCC IX, 25.
[21] G. Hettenkofer, Historia Piæ Societatis Missionum, 105.
[22] OOCC X, 263: “Todas mis operaciones caigan bajo el voto de la más sublime perfección, de modo que tales obras no las tenga que hacer por voto, sino que por hechas, y hechas con tal grado de perfección, tengan el valor del voto.”
[23] OOCC IX, 24; CN 8, 6.
[24] Ibid.., 24-25: “La congregación de los padres y hermanos adjutores del Apostolado Católico tiene que imitar a la Sagrada Familia de Nazaret en la perseverancia del vínculo del amor de Dios, que es fuerte como la muerte…. la experiencia hace ver que el hombre, aunque le consagrado a Dios con votos solemnes, si pierde el amor de Dios, no sólo se aleja de la observancia de los ss. votos, pero también se hace dañino al cuerpo religioso, en cuyo ha profesado solemnemente. por tanto, siempre venerando la institución de los votos solemnes y teniendo que proveer a la naturaleza de la institución de la congregación de los curas y los hermanos a adjutores del Apostolado Católico …conviene …che no tengan la unión de los ss. votos…”
[25] En el vol. IX, 25 se dice: “en el momento que los candidatos hacen el acto formal de la consagración de él mismos, no por unión de voto, pero por vínculo de solemne contrato, se obligan de vivir hasta la muerte en congregación.” se trata de un tácito contrato del que no él fà más palabra. la fecha asignada al texto es el 1846, pero en el vol. VIII, 25, que es el reglamento del 1846, se habla de vivir y morir en la mística cruz de la vida de la Sociedad, perseverando fielmente hasta la muerte y estas palabras son repetidas en el 1847 (OOCC VIII, 93) y en el 1849 (OOCC VIII, 295). en las fórmulas de consagración del 1847 y 1848 (OOCC VIII, 392-401) de este tácito contrato no hay palabra. probablemente la mención de la promesa de perseverancia en la fórmula de la consagración fue creída suficiente para expresar el compromiso de quedar en la Sociedad que fue sugerido por el tácito contrato del que se hace seña en OOCC IX, 25. en todo caso la cosa alguna es que el Fundador no quiso obligar con voto ninguno a quedar en la Sociedad. cf. OOCC III, 82-83 y 89-90, OOCC IX, 25 y Hettenkofer J., Historia Piae Societatis Missionum, 105. la preocupación expresa en el 1846 por el tácito contrato es debida a la novedad del rechazo de los votos en la estructura de la Sociedad, basta con hacer la comparación entre los manuales de la regla del 1846, 1847 y 1849: ne1 1846 (OOCC VIII, 13) se lee: “de donde lo que tendrán verdadera vocación y que querrán hacer parte de la congregación, después del noviciado en hacer la consagración solemne… harán un verdadero contrato.” Ahora mirando el mismo texto del 1847 (OOCC VIII, 75) y del 1849 (OOCC VIII, 271) se consta que aquella pieza ha desaparecido; evidentemente fue creído inútil por la explícita promesa de perseverancia.
[26] OOCC IX, 393, fórmula de consagración del el 2 de julio de 1847 de Enrico Ghirelli en el texto latino: “…observantiam vitæs communis perfectæ… ac yo nullam recepturum dignitatem nisi a legitima auctoritate coactum.”
[27] OOCC VIII, 284.
[28] Flp 2,7.
[29] 1 Cor 9, 19.
[30] 2 Cor 4, 5.
[31] OOCC VIII, 289.
[32] OOCC IX, 14: El autógrafo del Pallotti está en lengua latina.
[33] Ibid..: “A majorem de los gloriam …et a majorem sanctificationem animae meae et proximi.”
[34] Ibid.., 15: “..Me totum, et omnia mea.”
[35] Ibid.., “…trado, dono, et offero”
[36] Ibid.., “… Ac me estatuyo semper sequuturum D. N. Jesum Christum.”
[37] Ibid.., “… et ideo promitto..”
[38] VC, 87.
[39] Ibid.., 3.
[40] VC, 88.
[41] Ibid.., 90.
[42] Ibid.., 91.
[43] Cf. ibid.., 92.
[44] Cf. La Vida Fraterna En Comunidad, Documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades De Vida Apostólica, Bolonia, Ed. Dehoniane, 1994, n. 3.
[45] Ibid.., n. 5/C.
[46] Ibid.., n. 39. Así el documento de la congregación en el número emplazado define el individualismo:”… il de protagonismo, la insistencia exagerada sobre el propio bienestar físico, psíquico y profesional, la preferencia por el trabajo en justo o por el trabajo prestigioso y de firma, la prioridad absoluta dada a las mismas aspiraciones personales y al propio camino individual sin hacer caso a los otros y sin referencias a la comunidad.”
[47] Ibid.., n. 5/C.
[48] VC, 75.
[49] Entre muchos textos OOCC X, 216 y 458.
[50] Entre muchos textos OOCC X, 216 y 458.
[51] OOCC II, 4-5. casi parafraseando estas palabras, así se expresa la exhortación apostólico postsinodale al n. 39: “el hecho que todos son llamados a convertirse en san no puede que estimular principalmente a los que, por su elección de vida, tienen la misión de recordarlo a los otros.”
[52] VC, 63.
[53] Cf. VC, 93.
[54] Ibid.., 70; los nn. 65-71 Trata de la formación.
[55] Cf. ibid.., 95.
[56] Ibid..
[57] Cf. ibid.., 94.
[58] Ibid.., 95.
[59] La Vida Fraterna en Comunidad, op. cit.., n.12.
[60] La Vida Fraterna en Comunidad, op. cit.., n.24.
[61] Ibid.., n. 71.
[62] VC, 95. VC, 95.